“El amor es el sentimiento más interesado del mundo”. Fue lo que dijo una colega de trabajo muy querida para culminar una conversación que sostuvimos esta ayer por la mañana durante nuestro coffee-break.
Mientras caminábamos en silencio a nuestros respectivos lugares me quedé pensando en su reflexión.
Pesados documentos y la petición de un nuevo proyecto laboral me hicieron olvidarme de la frase de mi amiga por un rato.
Sin embargo, no niego que ayer por la noche, mientras me ejercitaba en la alberca del gym al que acudo, y luego, mientras cenaba, seguí pensando en ese sentimiento al que ella llamó el más interesado: el amor.
Y es que me puse a pensar chic@s y en cierta parte… es verdad. ¿O no lo es?
Si bien es un estado de demencia, como lo llegó a afirmar Sigmund Freud, las relaciones de parejas (o las situaciones de ligue y conquista) son muchas veces sumamente interesadas. Y no hablo de intereses económicos, ni sexuales (esos son boletos aparte).
Me he dado cuenta de que cuando estamos en la etapa de enamoramiento damos hasta el alma (y hay quienes hasta los calzones). Hacemos lo que sea por llamar la atención de nuestro objetivo: desde miradas tiernas e invitaciones a sitios espectaculares, promesas, apoyo, regalitos, sorpresas…
Luego, ya que tenemos contacto con ese objeto de amor seguimos en la etapa de la conquista: nos reímos de los chistes de esa “persona especial”, festejamos sus ocurrencias, soportamos –y hasta encontramos bonitos- sus defectos, en fin… Toleramos todo, pues TODO es nuevo, es desconocido.
Si triunfamos en la etapa de la conquista y hay correspondencia… ¡Uy! Todo es genial. #miel #miel #miel Y si no, hay quienes insisten hasta salir heridos (o ser aceptados) y hay los orgullosos que se retiran.
En lo personal, puedo presumir que nunca he perseguido, ni me he fanatizado por un hombre a morir (bueno, tuve un superamor platónico de prepa y eso ya se los conté, pero creo que nunca lo hostigué, ni lo incomodé). De que he sufrido, he sufrido, pero tengo mi orgullito y nunca he sido yo quien salga “de cacería”. Va a sonarles muy cerrado, pero no soy de las que toman la iniciativa. #medahorror #nomegusta Y si alguna vez he tratado de ligar a alguien y veo que las cosas no se dan, ni un paso doy y me retiro.
Sí, es una forma de egoísmo, pero me quiero demasiado como para perseguir a un chico. Además, paradójicamente, al intentar “cazar” a alguien que no quiere corresponderme, estaría siendo egoísta, como mucha gente lo ha sido conmigo. #elamornosecompra #niseregatea
¿Por qué? Les cuento… Y agárrense, pues esta confesión puede sonar muy fuerte. Confieso que como buena López soy muy enamoradiza, pero prefiero retirarme antes de caer en ese sentimiento interesado en el que he caído en el pasado y vivido dos roles diferentes.
Resulta que, como ya les dije, he sido muy enamoradiza; pero pocas veces he caído en noviazgos… Pretendientes, muchos, por montones (al diablo la falsa modestia) pero novios, contados.
Y es que es bien difícil, chic@s. Recuerdo que hace muchos años, por ejemplo, tuve un novio llamado Serch –del que ya les he contado en una ocasión, en breve-, quien era muy buena ondita y atento.
Resulta que comencé a andar con Serch porque fue muy perseverante y lindo conmigo. Inicié una relación, no piadosa, pero sí la típica relación de #averquésale Total, no perdía nada. Serch (o Cheko), si mi mente no me engaña, en los tiempos en los que anduvimos, estaba galán, alto y me parecía inteligente. Además, me adoraba. Hacia muchas cosas por mí. Se involucraba en mis proyectos, iba a recogerme al trabajo, se chutaba las fiestas familiares, se entendía bien con mi familia, me acompañaba a ir de shopping, escuchaba mis problemas, me acompañaba a hacerme la manicura, a cortarme el cabello… No, bueno, a Serch solo le faltaba hacerse la pedicura conmigo y ponerse gafas de sol, broncearse y usar una peluca. Y es que Sergio, más que un novio, para mí era como una amiga. ¡Llegaba a chutarse la revista Cosmopolitan solo para tener tema de conversación conmigo! De verdad que cómo le tenía cariño a ese chico, siempre estaba disponible para mí (y es que él tenía un problema, cada que entraba a un trabajo, duraba los tres meses de prueba y después, desafortunadamente, lo despedían… Así que siempre tenía mucho tiempo libre y cuando yo salía del trabajo, me acompañaba a todas partes, bueno, nomás me faltaba tenerlo metido en la oficina. Bien lindo, el Serch).
Resulta que un día, cansado de no obtener nada más que mi “ay, Sergio!!!”(en tono tierno, cuando lograba pagar el cine él solito), “¡¡¡ay Sergio!!!” (en tono molesto, cuando me decía que lo habían vuelto a despedir y que no era él, sino que nadie entendía su creatividad), “¡¡¡ay, Sergiooooo!!!” (angustiada porque al pobre lo había castigado su mamá dejándolo sin comida y sin su cuarto solo porque él andaba conmigo (siendo más que mayor de edad y mayor que yo)… En fin, un día, Sergio, cansado de que yo no le diera más que besitos tiernos, se enojó y se impuso.
Me reclamó todo lo qué había hecho por mí. Me dijo que se tardó casi un año en conquistarme, que me había dado su tiempo, que siempre me apoyaba en mis proyectos, que iba por mi al trabajo aunque lloviera, que varias veces se desconcentró de su trabajo por mi culpa, que si lo corrían de los trabajos era por mi culpa, por darme toda su atención, que me había dado su corazón, todo de él. Y que, entonces, ¿por qué yo no lo amaba de la forma en la que él me amaba? Nooo, bueeenooo!!!
Mi respuesta, obvio, fue que yo no podía amarlo en la forma en la que él quería. Digo, me caía bien y le tenía mucho cariño y así amor buena ondita (¿qué más quería?) Y es que si algo tenía muy claro es que esa relación cada vez se iba más a pique. Entre su mamá, sus chantajes, sus altas demandas de amor y ponerme un ultimátum de que “cada uno debía poner la misma cantidad de amor”… Ufff!!! En esa relación no había amor, había interés y chantaje.
Yo no podía darle el tiempo que no tenía, ni mi vida entera. Pues mi vida siempre me ha pertenecido a mí, y el tiempo de mi trabajo, del gym, mis tiempos con mi familia y mis pocas horas de sueño, son y serán siempre míos. Concesiones, hice muchas veces, sacrificios, también. Pero no podía cumplir caprichos, ni exigencias.
Además de muchas peleas, metidas de pata de su mamá y mis exigencias, claro (porque yo también hacía mis chantajes y exigía cosas que él no podía darme, como que se pusiera serio en los trabajos y que se impusiera, peor con su mamá y él mismo para que yo pudiera tomarlo en serio) , los reclamos y peleas por ver “quién había dado más” y por tanto, “quién merecía más” hizo que la relación se fuera patas pa’ arriba.
Hubo un momento en el que yo caí en su juego y me puse a analizar si realmente él daba mucho y yo menos. Haciendo cálculos (desde sentimentales, hasta financieros) me di cuenta que yo siempre había dado más. Así que empezaron los reclamos. Obvio, la historia terminó. Y muy mal, pues Sergio se enteró de que yo le decía ‘C-Viene-Trón’ o ‘Eyaculex’, Ploc! (Un día les contaré por qué… No, mejor no).
En fin, decidimos dejar de pelear para ganar el título de “yo doy más y por tanto, yo merezco más amor” y todo se acabó. Cada quien se fue a su casa con su tiempo, su espacio y sus sentimientos íntegros. Y bueno, reconozco que esa relación fue un aprendizaje.
Sin embargo, una nunca termina de aprender. En otra ocasión conocí a un chic@ al que le vamos a llamar Jadiel.
Hagan de cuenta el Nico de la serie “Soy tu fan”. Adorable, lindo, atento. Bien, bien fan mío. Les juro que Jadiel era (y sigue siendo) adorable. Un tipazo, superdetallista, culto… Pero, fue otro que se desesperó.
Flores, salidas, invitaciones a cenas, globos, apoyo incondicional, charlas amenas… Pero un día se exasperó tanto porque yo no estaba lista para dar un “sí, acepto ser tu novia” que la situación comenzó a ponerse así, biennnn fuerte. #lesjuro
Jadiel siempre me reclama que por qué yo no ponía de mi parte, que por qué tenía qué esperar tanto. (En ese tiempo yo tenía un problema a resolver). Me cuestionaba demasiado. Me invadía de mensajes y… Obvio, ¡exploté! Lo peor es que comenzó con sus dramas justo cuando se estaba ganando mi corazón, pero… Antes de que yo diera el “sí”, su paciencia se le escapó y la desesperación se burlaba de él y se frotaba las manos.
No bastó con bloquear su número de mi iPhone. Jadiel continuaba buscándome. Pero, en vez de arreglar las cosas, siempre terminaba reclamándome , yo terminaba fastidiada e igual echándole en cara su falta de paciencia y de palabra. Pues yo, también muy egoísta, velaba por mis intereses personales y, por tanto, exigía comprensión, tiempo y mi espacio.
Para no hacer el cuento largo, chic@s, esa historia también culminó mal. Pues tuve que cambiar mi número de teléfono móvil y dejar a ir a los sitios que frecuentaba, pues en dos ocasiones llegué a mi restaurante favorito y ¡él estaba ahí! (puede que sea mera coincidencia). En una ocasión también en el bar de mi centro comercial preferido… Ploc!
Les juro, el chico era superbuena onda, pero a mi parecer, pedía un amor proporcional a todas las atenciones y apoyo que me había brindado. Ambos terminamos decepcionados.
¿Saben? Ahora que pienso en estas dos historias y en la farse de mi colega, veo que no es que el amor sea interesado. Tal vez simplemente en los dos ejemplos que acabo de describir no existía ese sentimiento. Tal vez solo existían los intereses, ¡y no precisamente económicos! ¡No!
Pero, a final de cuentas, en las relaciones como las antes citadas (sean de noviazgo o conquista), cada persona exigía cosas diferentes: en su momento, Sergio exigía ser correspondido de la manera que él consideraba la correcta y exigía todo mi tiempo. Y en su momento, Jadiel exigía también ser correspondido en proporción a todo su esfuerzo y cariño, mientras que yo, en ambos casos, exigía mi tiempo para mi, para mi trabajo, mi sesión de gym, mi espacio, resolver mis problemas.
Y es que más que interesado, el amor verdadero es un sentimiento que comienza por uno mismo. Cuando nos amamos, nos respetamos, valoramos nuestro tiempo, exigimos lo mismo. Eso es lo que he hecho siempre, amarme más a mí. Les puedo asegurar, con muchos argumentos, que esa es la clave para estar feliz y en pareja. En el momento en el que dos personas que están enamoradas de ellas mismas, no andan buscando nada por ahí, sus miradas se cruzan y las historias y aventuras maravillosas comienzan y llevan a las personas y a los corazones llegar más lejos de lo que imaginaban en el aspecto físico y espiritual. En serio. El que no exige, el que no busca, el que va caminando sin pensar en encontrar, encuentra tesoros maravillosos. Pero mientras eso pasa, enamórense de unos lindos tacones, como yo… Ploc!
¡Besos y cerezas!