Louise Lane se enamoró del sexy y aguerrido Superman… Mary Jean cayó redondita en las redes de Spiderman… Gatúbela, pese a sus reflejos felinos y gran intelecto, adoraba al depresivo, loco, raro e intrigante Batman… Vesper y las otras chicas Bond se derretían por el dinámico James… Y así… cada superhéroe tiene su eterna enamorada.
Bellas mujeres que, pese a su independencia, autonomía, poderes femeninos, sexto sentido y demás… tienen un punto en común que las vuelve vulnerables ante sus adorados hombres: todas ellas ven en sus respectivos terroncitos de azúcar a un héroe que les salvó la vida. A ese ser que les llegó a salvar la piel en una o más ocasiones. Ese hombre viril y protector para lo que nada es imposible. Ese modelo «ideal». Y además, esas onditas del misterio, la química y las feromonas, juegan un papel realmente importante a la hora de la idealización, la cual no es propiedad exclusiva de cómics o películas de Marvel.
No, queridos. En la vida real existen muchas historias en las que se vive el efecto del «charming» del Superhéroe sobre la bella y guapa chica. ¡Les juro! Ésta no tiene que ser la típica protagonista de telenovela mexicana o venezolana… ¡En serio! Las mujeres profesionistas y profesionales que formamos parte de la vida activa, nos lucimos en tacones por la calle y nos sentimos poderosas al sacar los billetes (o la Amex… American Express… #toing!) para pagar ese fabuloso par de zapatos o esa cena entre amigas… Nosotras, quienes presumimos independencia y criticamos a las princesas de Disney (en mi caso no, al contrario, Disney y las princesas de sus cuentos me acompañaron durante mi niñez, y no me da vergüenza decirlo), nosotras, quienes conducimos solas en ciudades de alto riesgo, quienes reclamamos equidad y un largo etcétera… En fin, nosotras… Caemos, señoritas. Les juro… Caemos. Al menos, una vez… O un par de veces (hay quienes han caído decenas de veces), hemos caído, en las manos de un superhéroe, quien se convierte en nuestro ídolo, nuestro salvador y hasta amor platónico…
Sí. Lo confieso. A mí me pasó. Yo tuve un superhéroe y un enamoramiento y hasta idolatría que duró algunas semanas… ¿Quién era mi superhéroe? El doctor que me extirpó el apéndice… #ploc Aunque no lo crean… El doctor que me operó del apéndice se convirtió en mi superhéroe… Ya era un súper héroe… Y eso que no existía aún el Covid-19. Aquí les cuento la historia:
Era el año 2013, enero justititoto… Yo estaba en la ciudad de México, tranquila (bueno, con la adrenalina y la chispa que siempre me acompañan), trabajando. En ese tiempo trabajaba para la sociedad Yahoo! en Español, como editora en jefa de la sección de moda y editora de soft news (actualmente, sigo escribiendo para Expansión con quienes fueron mis colégas de Yahoo!, desde Francia… Me encanta. Sorry, no podía dejar de hacer mención).
Bueno, pues era justo la mañana de la segunda semana de enero, chic@s. Muy, muy temprano. Y yo, enfundada en un vestido muy ejecutivo en color borgogne, con escote de infarto y tacones en color borgogne con filos dorados… Y agarrándome del chongo con una mujer en Starbucks (donde pasaba de vez en cuando por mi capuccino pecador antes de ir a la oficina)… ¿El motivo? La persona había tratado de meter la mano en mi bolso… En fin… Le dije unas cuantas cosas a la mujer, tomé mi café que ya estaba listo (y adicionado con vainilla… Yomiii) y seguí mi camino… Al salir de Starbucks y dirigirme caminando a la oficina, la cual quedaba a 4 calles de la cafetería… Comencé a sentir un dolor en el estómago que no era TE-RRI-BLE, sino lo que le sigue. Y no era precisamente el estómago, sino casi al final de lado derecho… Apenas di el primer sorbo a mi café y ¡no bueeenooo! Parecía que me habían dado un golpe con un resorte… Empecé a transpirar en frío… ¡Horrible, chic@s! Así, cañón.
De un momento a otro, no podía caminar más, siendo que eran solo cuatro calles para llegar a la redacción… Como el dolor me lo permitió, tomé el teléfono y marqué a mi colega (pues sabía que mi jefa estaba en un meeting) Denisse, quien además de periodista, es médico homeópata.
– A ver, nena, pero dime cómo es exactamente el dolor… Ah, ajá… Ay!!! Nena, creo que es el apéndice. Es lo más seguro… Vete al doctor, yo le aviso a Mari… ¿Dónde estás exactamente? Te voy a pedir un taxi, no te muevas de ahí, Pal… – me dijo mi amiga antes de colgar… Claro que no me moví… No podía…
En menos de 10 minutos, (¡y pese al tráfico que hay en la avenida Palmas a las 9am!), el taxi estaba frente a mí.
Y en menos de 40 minutos (durante los que lloré como Magdalena), yo estaba en el hospital, retorciéndome del dolor… Pero eso sí, con todo y mis tacones de 12 centímetros de altura, mi bolsa en el hombro derecho, iPhone en el oído (llorando porque al marcarle a mi Papáme mandaba a buzón… #toinggg!), cabello alaciado y el escote que resaltaba más que el corte superejecutivo de mi vestido.
Tan rápido como el dolor me lo permitió, llegué la sala de espera de urgencias donde había decenas y decenas y decenas de personas esperando (y no, no les miento).
“Señorita, yo sí tengo una urgencia”, le dije a una doctora que se hallaba en un pequeño consultorio acompañada de un enfermero, pesando a un paciente.
– A ver, señorita. ¿Qué le duele? Vaya por favor a la recepción y pida una ficha- dijo.
– Pero es una urgencia. Me duele mucho, mucho, mucho. Si es una urgencia, no veo el sentido de sacar una ficha. ¿Qué tal si me muero? Dije conteniendo el llanto.
– Mire, pase a la recepción. Ahí va a explicar qué le duele. La recepcionista tiene 4 tipos de fichas: azul, que quiere decir que puede esperar un poco… O sea, que la urgencia no es tanto. Amarillo: que quiere decir que sí hay un poco de urgencia… Rojo, que quiere decir que sí está ya medio mal… Y la ficha negra…
– ¿Y qué quiere decir la ficha negra? – la interrumpí con una voz jadeante.
– ¡La ficha negra quiere decir que es urgencia! Esa se usa cuando la persona ya viene con un paro cardiaco, ha intentado suicidarse, y cosas de este estilo, señorita.
– Oh, Dior! O sea que para pasar a urgencias tengo que estarme infartando o haber ingerido 60 comprimidos de Tafil mezclados con cianuro? – le dije.
– Mire, a ver, vaya a que le den su ficha. Román,a compaña a la señorita – fueron las ultimas palabars de la doctora, a quien no le menté la mamá por guardar los modales #principiodeentaconada
El enfermero me dirigió al kiosko donde se repartían las fichas… Yo estaba que me llevaba el Diablo (y no precisamente el que se viste de Prada). Mi papá aún con su celular apagado… Fue su esposa la que me respondió, mi querida Maru. Y justo respondía su cel cuando era mi turno de recoger la codiciada ficha de urgencias.
“Señorita, a ver, pase por favor… A ver, ¿qué le duele?”, me decía la señora que atendía el kiosko de las fichas.
Me solté a llorar y comencé a explicarle… Y que me da una ficha azul.
“¿Ficha azul?”, dije extrañada y horrorizada.
“Pues sí, güerita. Usted se viste muy bien y hasta anda caminando en tacones y, acá, con el alaciado de salón… Usted no tiene una urgencia, debería formarse pero para un casting”, me dijo la mujer gordita con el cabello teñido de rubio-platinado (y raíces negro azabache).
– A ver, ¿o sea que tengo que venir con cabellos de señora loca y sin haber tomado la ducha para que me crea? Señorita, el dolor me atacó cuando iba camino al trabajo, por eso vengo así. Si me hubiera agarrado en el gym, pues obvio que hubiera venido en leggings deportivos… – reclamé sin dejar de tocarme el estómago. Les juro, les juro sexis querid@s, el dolor me estaba matando. ¡Horror!
– Pues haga como quiera, pero pues se tiene que esperar – me dijo tras darle un sorbo a su atole…
Di las gracias, y fui a sentarme para esperar. Ni modo. En el inter, la esposa de mi papá me llamó para decirme que él estaba en una cita y que había olvidado su celular, pero que ella iba a salirse de la oficina para irme a ver. Una de mis tías favoritas, Ita, igual acudió a mi llamado y me dijo que llegaba al hospital en tiempo récord… Mi jefa, toda linda, igual me llamó para decirme que no me preocupara de nada del trabajo y que la mantuviera al tanto de lo que fuese ocurriendo.
Cada instante el dolor empeoraba. En un momento me miré en el espejo de mi estuche de polvo compacto y… Oh my Dior! Yo estaba amarilla, pálida, pálida… ¡Horror! Fui a ver a la señora que repartía las fichas para decirle que no podía esperar más, que lo mío era realmente una emergencia.
– No, güera, pues aquí todo mundo espera… Así que…
La dejé hablando sola y… Seguí las flechas y el camino gris hasta llegar a la dirección del hospital. No sé, chic@s, pero yo no soportaba más y no iba a morir o a convertirme en la mujer invisible (por lo transparente que ya me estaba poniendo) solo por seguir órdenes de alguien que no sabía mi sentir, ni mi pesar estomacal.
Fue señora como de unos cincuenta años (menudita, menudita), de cabellos color plata e impecable uniforme verde pistache con blanco quien me atendió en la recepción.
– Ah, O.K., O.k., comprendo. Pase por aquí, señorita – me dijo una vez que le recité mi malestar y las casi dos horas que ya llevaba en la sala de espera de “urgencias”.
Entré a la dirección del hospital (tenía ganas de quitarme los tacones y caminar a pies descalzos, les juro estilosos), donde un médico como de unos 55 años, tez blanca, traje gris, corbata negra con color plateados que combinaban con sus cabellos, dentadura perfecta y voz varonil (estilo Ricardo Rocha) me esperaba.
Tras explicarle todo lo que sentía, expresarle mi enojo ante el proceder y organización del hospital y las fichas para clasificar el nivel de una urgencia, el facultativo decidió apoyarme. Personalmente me pasó a la verdadera sala de urgencia, donde me puso en manos de un excelente médico… Yo no sabía aún qué era lo que tenía… Ni por casualidad pasaba por mi mente que se trataba apendicitis.
Eran ya casi las 2 de la tarde (yo llegué al hospital alrededor de las 10am) cuando me enteré que mi papá, mi tía Ita y Maru llevaban horas en la sala de espera (mi teléfono celular se había quedado sin señal dentro de la sala de urgencias). Para ese entonces yo ya no lloraba… berreaba del dolor… Y sí, ya estaba con batita de hospital blanca con florecitas verde pistache, descalza y con una enfermera que trataba a toda costa de despintarme las uñas.
– Ya le dije que no, no lo va a lograr, es barniz semipermanente. Se usa una lámpara para fijarlo… Que no, que con acetona no – le decía yo mientras me remoloneaba en la cama del cuarto que me habían asignado, donde se hallaban otros pacientes.
– Mire señorita, aquí no es un desfile de modas. Se deja quitar el barniz o se lo deja quitar. Tiene que cooperar, decía la enfermera, quien ya había llamado a otros médicos para reportarme como un caso “imposible”.
– ¡Ita! – grité contenta y… auch… el dolor volvió a regresar (pese al doble suero del que me habían provisto.
Al fin una cara conocida… Wow! Mi tía, quien gracias a no sé, de un momento a otro pudo entrar al cuarto de hospital conmigo para acompañarme, me abrazaba y me consolaba (igual se encargó de hacer entender a las enfermeras que ni barniz de uñas no iba a partir con ningún disolvente común).
Justo le agradecía a mi tía por su presencia y por su habilidad para convencer a la enfermera (del algo que era lógico, claro) , cuando varias camillas movidas por enfermeros y doctores entraban corriendo a la sala. Un grave accidente en la petrolera del país había ocurrido. Muertos, gente herida… El horror…
“Doctor, es una urgencia, tenemos que atender a esta gente”, comenzó a gritar la enfermera al doctor encargado del cuarto y quien estaba por pasar a revisarme… El doctor, moreno y alto, tomó su Black Berry y marcó a sus colegas… Supongo… Pues en menos de dos minutos varios médicos invadían la sala.
Un médico de ojos cafés, labios carnositos y nada más y nada menos que con el comportamiento y la barba del actor Robert Downey Jr. en su rol de IRON MANNNN también estaba con ellos…
“A ver, señorita, ¿qué le pasa?”, dijo una vez que se detuvo justo en la camilla en la que yo estaba.
– Obvio que me siento mal, por eso estoy aquí. Pero, yo solo quiero un medicamento para ponerme bien e irme a mi casa. Ya, ya, ya, ya. Tengo mucho trabajo, tengo que ir al gimnasio, tengo mil cosas que hacer… Tengo que irme a casa, ya. Necesito un medicamento, doctor. Ya es tardísimo y sigo aquí.
– ¿En qué trabaja?- me preguntó mientras comenzaba a revisarme.
– Soy periodista. Y pues como buena periodista tengo que irme a mi trabajo, pues trabajamos en tiempo real. Usted comprenderá que no me puedo permitir estar aquí en batita graciosa y recibiendo suero – dije de una forma pedante.
– ¿Para qué empresa trabaja y qué hace? – dijo mientras comenzaba a tocar mi vientre (oh my Diorrr!!!)
Justo le estaba diciendo el nombre del corporativo y la empresa cuando me tocó la parte baja del lado derecho de la panza y me retorcí como resorte.
– Ayyyyy!!! (No pude contenerme).
– Pues, bien. El corporativo tendrá que esperar unas semanas por su editora porque ésta va a ser operada. Es el ápendice. Yo la voy a operar. Y como hay muchas urgencias respecto al accidente que hubo con la petrolera, su operación va a ser abierta. Tenemos que atender todas las urgencias.
– ¡Pero si usted está mal, mal, mal! ¿Usted cree que yo voy a permitirle a usted que me corte la piel en dos? Claro que no. Yo estoy segura que esto no es un apendicitis. Y si lo fuera, existe la laparoscopia – comencé a renegar como niña chiquita, antes de ponerme a llorar. Y es que, les juro, pese a que me hacía al fuerte, el dolor era cada vez más intenso. (Y sinceramente, estaba muerta de miedo).
– A ver, nos calmamos. YO la voy a operar. Todo va a estar bien. En unas semanas no va a ver en su abdomen más que un rasguño. Soy un profesional- dijo con la seguridad de IRONNNNN MANNNNN.
– O sea, claro que no. No, no no. Yo no voy a permitir anda de eso. Yo tengo mucho trabajo, tengo que ir al gimnasio. O sea, no, no. Es imposible. Mejor, mire, lo programamos y yo vengo otro día. ¿Va? Voy a buscar mi ropa, me voy con mi médico de cabecera y seguro estaré bien… Byeeee, adiósssss, sayonaraaaa, que Dior lo cuideeee. – dije y acto seguido traté de incorporarme… No debí hacerlo. Pegué de nuevo el grito en el cielo…
– ¡Pal, ya! Por favor. ¡Te calmas!- dijo mi tía quien comenzaba a desesperarse.
– Todos se va a pasar bien. ¡Enfermera! Que preparen todo en piso 6. Operación de apéndice de urgencia. YO la voy a operar – dijo el médico antes de desaparecer por un pasillo con su caminar de superhéroe mexicano.
Me solté a llorar (sí, oootra vez). Sinceramente me moría de miedo, chic@s. Me daba pavor que me abrieran el estómago. Me daba pavor que todo fuese a salir mal. Ya, les confieso que me dan miedo los bisturís, tijeras, jeringas, enfermeras y todo lo relacionado con hospitales. ¡Pavor, pavor total!..
… La enfermera me arrancó mi estuche de polvo compacto y mis Kleenex de las manos (mismos que mi tía Ita, muy linda, me había pasado en secreto para que yo pudiera ver si el rímel no se me había corrido mucho después de haber berreado).
– ¡Yaaa! – gritó desesperada la enfermera, quien ya lucía molesta.
Volté a ver a mi tía, a quien ya le habían dado a firmar una hoja en la que debía dar el consentimiento de mi operación colocando su poderosa firma…
“Nos vemos al ratito, Ita”.
“Nos vemos al ratito, hija”, dijo.
***
La sala de operaciones era fría. Sin embargo, una vez que el doctor IRON MAN, quien en realidad se llama Ángel Borras (obvio que le estoy cambiando el nombre) entró, una extraña tranquilidad me invadió.
El anestesiólogo colocó la inyección propicia en mi columna vertebral y en una nada yo estaba diciendo incoherencias… Hablaba de mi trabajo, de la Fashion Week, de que adoraba viajar, de la protagonista de la película El Diablo se Viste de Prada, de mi familia…de zapatos, de que el príncipe azul no existía… De un sinnúmero de temas entremezclados.
“Puedo sentir el frío del bisturí, doctor”, fue lo último que recuerdo que dije antes de caer en un sueño profundo del que no recuerdo nada.
Cuando abrí los ojos, dos enfermeras desenrollaban unas vendas que habían colocado alrededor de mis piernas antes de la operación. Mi pensamiento fue tocar mi abdomen. Al hacerlo, sentí un pequeño parche que me cubría. El doctor Borras entró al cuarto oscuro en el que yo me encontraba.
“Tenga. Me llama para decirme cómo se siente”- dijo al tiempo que me daba su tarjeta al puro estilo de Samantha Jones de Sex and the City y desaparecer cual superhéroe. #cuero #papazon #quierooo #merezco y #exijo
Apreté la tarjeta, misma que no solté hasta que fui transportada a mi cuarto de hospital, donde me esperaba mi Papá, quien veló mi sueño toda la noche, como cuando era una bebé.
Dos días pasaron en los que los enfermeros, enfermeras, doctores de guardia y otros pacientes se chutaban la historia del doctor Borras.
“Sí, porque, o sea. ¿Saben? Él me operó. Operación abierta. Y ni se va a notar. Es el mejor médico, porque, o sea, ya no me duele nada, me siento incre. Como la herida es pequeñita pronto voy a poder ir al gym… No, bueno, me operó el mejor doctor del mundo, el más amable, guapo, chic, sofisticado”… No, buenooo. Mi descripción hacía soñar a las enfermeras… Cuando me preguntaban quién era ese misterioso doctor y yo respondía muy contenta… Todas ponían cara de sorpresa y terror.
“¿El doctor Borras? ¿Es el doctor más guapo y chic?”, preguntaban de forma irónica…
“¿Amable, de lindo carácter? ¡Por favorrr! Si siempre anda de malas… Se me hace que usted es su familiar porque… Digo, no es normal que la haya operado acá el jefe de todos, el mero mero”, fue lo que me dijo un enfermero que no daba crédito a i pasión por el cirujano.
– Les juro, o sea, fue él quien me operó. ¿Cuándo va a venir, eh? Mañana sábado me dan de alta y no lo he visto.
– No, nena. Es que como tuvieron muchas emergencias los médicos titulares, con aquello de la refinería, están cansados y les dieron el día. Y mañana es fin de semana y… Pues no vienen. Así que ya no creo que lo vuelva a ver, pues su incapacidad se la va a dar su médico de guardia.
Y así, fue. Al día siguiente, cuando me dieron de alta, era una doctora (muy amable también) quien estaba a la plaza del doctor Borras. Fue Maru, la esposa de mi papá (una guapa mujer 20 años menor que mi Pa), quien me acompañó por mi papel de alta y mi incapacidad.
– ¿Quién es la enferma? – preguntó la doctora de guardia.
– Yo, doctora – dije levantando la mano, provocando que mi corto vestido de satín se viera aún más zancón.
– ¡Ay!Se ve usted tam bien. ¡Le juro! No parece que la hayan operado. ¿Y ya en tacones? – dijo extrañada de verme sobre un par de sandalias color arena platinada, con tacón de aguja.
– Sí. Es que me operó el mejor doctor del mundo. El doctor Borras. ¿Usted lo conoce?
– Sí, es mi jefe. Y por cierto. Yo no le puedo dar su incapacidad. Tiene que venir usted misma por ella con el doctor, pero el lunes es feriado, así que el martes.
“Bingo”. La suerte estaba de mi lado. Ese fin de semana, además de cuidarme para sanar rápido, no dejé de pensar en el famoso doctor Borras. No dejé de ver su tarjeta. Guardé su número entre mis contactos de iPhone, verifiqué si tenía WhatsApp… Me volví loca cuando vi la foto que tenía como Avatar: él, en plena selfie tras una sesión de box…
“Ay, cuero!”, me repetía cada que veía la foto.
Y así pasó todo el fin de semana, mismo que pasé en casa de mi Papá, quien ya soñaba con el doctor Borras. Mis pobres hermanas también. Maru, no era la excepción. Mi tía Ita, mi tía Nena y mi prima Lu también se chutaron miles de veces la historia de… “y entonces, mientras yo lloraba del dolor, el doc entró en la sala. Con su barba perfecta de ¡Iron Man!, su voz varonil, su batita impecable… Y, ayyyy, cuerooooo, está que se cae de inteligente, profesional y cuero el cabrón doctorrrrrr”…
Sí, chic@s, tenía mareada a media familia con mi hombre idealizado, con mi superhéroe… No les miento… Un exnovio me llamó para ver cómo estaba y para ver si podía visitarme, y tirarme el cuento de que me extrañaba… Y yo no hice más que hablarle del doctor Borras… ¡No, buenooo! El podre quería regresar conmigo… Y solo acabó odiándome… #toingggg…
El día indicado llegó. Y enfundada en un vestido rojo pasión y tacones de miedo (sí, la imprudente, con la herida de la operación y todo… pero les juro que me sentía bien, a operación fue mágica) llegó al consultorio del doctor Borras, quien no pudo disimular que la mujer que tenía en frente no le era nadita indiferente (sí, al diablo la falsa modestia).
Después de darme mi incapacidad, charlar un rato, platicar de sus viajes de trabajo y preguntarme sobre los míos, decirme sin que yo le preguntara que era divorciado y que tenía dos nenas encantadoras de las que él se ocupaba, el doc y yo nos despedimos, quedando en WhatsAppearnos. Sin embargo, antes de eso me ordenó hacerme unos análisis de sangre, para chequeo, a lo que yo inmediatamente dije que sí.
“Es más, me los hago afuera para que sea más rápido y yo voy a verlo a su clínica personal, al fin en su tarjeta viene la dirección”, le dije.
Y así fue… Una semana después estaba en la sala de espera de la clínica del doctor Borras. Claro, enfundada en un vestido verde militar que se abotonaba al frente y con un escote generoso (sin caer en lo vulgar). El outfit lo complementaba con tacones de 15 cms de altura… Creo que eso no le gustaba al doctor, pues yo mido 1.62, flacos, pero cuando uso tacones hago más de 1.70m y mi sexy superhéroe, media alrededor de 1.53 m… No me importaba… Después de todo, Napoleón decía que la inteligencia se mide de la cabeza al cielo.
Una vez que entré al consultorio, el doctor me recibió super lindo. Parecíamos amigos. Yo, chic@s, emocionadísima. Ese día, me quitó las puntadas de la operación, revisó mis análisis, nos coqueteamos, nos dijimos bromillas… Y… Y… Y… Y nada, flac@s. Llegó el momento de partir, el doctor como sabía que yo no podía manejar debido a la operación, me pidió un taxi… Nos despedimos… Y listo.
Esa misma tarde, ya casi entrada la noche, me encontraba muy depre, contándole a una amiga, mi amiga Ro, con la que disfrutaba una velada acompañada de deliciosos martinis, que lamentaba no haber invitado al doc a salir.
“Ay, nena. Le hubiera invitado unos cafés. O sea, digo, total, es divorciado. Y es un superpapá… Weeee… Dice que él cuida a sus dos nenas… Ay, ¿cómo me ves de mamá? Digo, mi papá se volvió a casar y yo acepté siemrpe muy bien a Maru… O sea, seguro que entre sus hijas y yo todo se va a pasar muyyy biennn. Las voy a llevar por unos cup cakes, nos vamos a ir de shopping”… No, buenooo, les juro, yo ya tenía toooooda mi teenovela hecha… Y mi amiga que también me daba cuerda.
– Ay, Pal, a ver, a ver, aver. Otra evz, enseñame su fotod el Whats… Buenooo, a´si como que tú estilo no es, reina. Pero ps si a ti te gusta… Oye, ¿no seguirá casado el doc? – me decía Ro.
– Ay, noooo. ¿Cómo crees? Claro que no. O sea, yo veo como que la sinceridad en sus ojos. Como que todo lindo. Perfecto.
– Pal, pero, aparte está chaparrín.
– Ay, reina, ¿eso qué? Ay, de todos modos ya, ya valió, porque no le invité ni un café. Y él tampoco a mí. Ya, wey, eso ya fue “bye, adiós, au revoir, sayonara, chao, chaito”… ¡Ay, noooo! ¿Y si era el amor de mi vida? Chaleeee…
Y justo en ese instante y antes de darle el primer sorbo a mi segundo Martini, mi iPhone se iluminó, anunciándome un mensaje de WhatsApp… ¡Y relucía el nombre… Dr. Borras!
– ¡Es Iron Man, es Iron Man, es Iron Man!- dije saltando y haciendo que los vasos martineros se tambalearan con todo y mesa.
– ¿Quién? – respondió mi amiga perpleja.
– Ay, wey, el doctorrrr… ¡EL doc, el doc, el doc, el chaparrito sexy, papazón, inteligente, que me qsalvó, me quitó el dolor! ¡Yeah, baby!- comencé a festejar.
Deslicé la flecha bloqueadora de la pantalla de mi iPhone para ver el mensaje:
“Oigaaaa, olvidó los resultados de sus estudios en el taxi… El chofer me los acaba de traer”, era lo que decía el mensaje… #toinggggggg
Sí, flacos. Nada romántico. Sin embargo, yo estaba volada y emocionada.
Seguí con mi noche de martinis a la que se unieron dos amigas más. Una noche que se convirtió en una party en el bar Pata Negra de la Condesa… Fue hasta el día siguiente que respondí al doctor.
“Oh por Dior! Gracias, doc. Yo paso por ellos. ¿Cuándo está usted dispo? Yo salgo de mi trabajo a las 5”, escribí como respuesta.
“Puede ser el próximo miércoles. Como eso de las 6… ¡Oigaaaa!, ¡qué guapa se ve en su foto!” respondió el muy guapetón-cabroncito.
“Gracias, doc. Nos vemos el próximo miércoles a las 6, entonces. En su consultorio. Besooo”, envié, arrepintiéndome en seguida… O sea, le había enviado beso al doc vía WhatsApp.
Digo, el día que fui a recoger mi incapacidad nos saludamos y despedimos de beso… en pleno hospital… Pero… ¿Enviarle besos vía WhatsApp? Paloma López había traspasado los límites… Oh my Diorrrr and Saint Laurent!!!
– Pal, princesa. Ya lo hiciste. Como dicen… ¡A lo hecho… Pecho! – Me dijo mi amiga Ro cuando le conté por teléfono mi hazaña del beso.
No conforme con haber hartado a Ro con mi insistente discurso, contacté a mi superamigo Arturo Torres, sí, sexis, mi amor platónico del bachillerato, con quien hasta el día de hoy mantengo contacto y quien, además de rostro, es un tipazo en toda la extensión de la palabra.
“Arturo, te juro. O sea, te juro. Me encanta el pinche doc… ¡O sea, me trae de nalgas! Es un superhéroe. Neta. Me salvó la vida. ¿Entiendes lo que significa eso? Neta que se la ganó a Iron Man le decía a mi amigo vía WhatsApp.
Creo que hice volar la imaginación de mi querido amigo, pues vendí muy bien al doc. Tan bien que, se imaginó que el doctor Borras realmente era uno de los X-Men disfrazado de cirujano.
Muy sutil, le conté a Arturo que me iba a aventar a pedirle al doctor que saliera conmigo. Claro que mi amigo no lo podía creer. O sea, que Pal invitara a un hombre a salir, y para esto a un señor mayor (el doctor me lleva alrededor de 14 años), no le cuadraba.
Con todo y eso, Arturo Torres, muy amable, aceptó acompañarme a la clínica del doctor Borras.
El día indicado llegó, mi hora de salida de trabajo y… Armando y yo quedamos de vernos en mi casa (sí, chicos, mi operación fue tan mágica que no duré muchos días incapacitada. Me reintegré a mi trabajo rapidísimo).
Mi amigo estaba en shock (y que me perdone por contar esto), pues una vez más… mi outfit no era el de una mujer recién operada: vestido BCBG asimétrico-entallado, de una sola manga, tacones de aguja… Cabello planchado (había usado mi hora de comida para irme a hacer el alaciado), manicura perfecta en la que se lucía el color negro… No, no, no, no… Bueno.
Tomamos un taxi (por aquello de que si volvíamos a espiar al doctor, éste no nos reconociera, una nunca sabe) y… partimos a la aventura.
Al llegar a la clínca se acabó la Pal soñadora y enamoradiza, y la Paloma López, periodista, editora entró al recinto con los tacones bien puestos, labial color pitaya y el vestido BCBG bien en su lugar. Claro que… Cuando el cirujano salió a recibirme… Mágicamente me convertí en un tímido y adorable pollito… Les juro que me ponía así mal, mal… Como cuando Louise Lane se da cuenta que Superman acaba de evitar el desplome de un avión… Como cuando Mary Jane mira las astucias de su amado Hombre Araña. Como cuando la chica Bond se encuentra con James en un tren y lo ve salir victorioso de una batalla a muerte… Les juro… Yo estaba embobada, embelesada…
Como siempre, Borris me hizo pasar, muy lindo y educado. Me entregó mis análisis, me volvió a decir que todo estaba bien…
Me enseñó unos implantes mamarios y me contó sobre su formación y trabajo como cirujano plástico. Me chuleó algunas veces, me señaló a una mujer de bata blanca que cruzaba un largo pasillo (a quién vimos desde el consultorio del doc).
“Es mi ex mujer”, dijo con un tono un poco hostil.
“Ah, ¿y trabajan juntos en esta clínica que es de usted, doctor Borras? A verrrr, más bien es de los dos, ¿no? Iuuuuuuu!!! – pregunté curiosa.
“O sea, sí. Es que comenzamos como sociedad, pero eso ya, eso ya se va a acabar, así como se acabó mi matrimonio”, dijo el cirujano, quien comenzó a ponerse de mil colores…
– O sea que, ¿usted de verdad está libre, doc?– pregunté mientras recorría con caminar sexy su consultorio que se encontraba en plena decoración. Miraba sus cuadros, reconocimientos, le eché un vistazo a su título, a las fotos que tenía sobre su escritorio (en la mayoría aparecía él de joven, abrazando a una señora mayor. Tiempo después, gracias a Facebook, supe que era su mamá).
– Eh, claro que sí. O sea.
– ¿Oigaaa? – Pregunté.
– Dígame, Paaaal.
– Pues nada que… Nada. Digo, ya me voy porque me esperan afuera y… Tengo que ir a arreglar unos asuntos… Como aún no puedo ir al gym, por la herida, pues por el momento, después del trabajo hago… Otras cosas, otros asuntos…
– O.K. Pal… Con cuidado… – dijo.
Yo ya no pude más, no podía flacos… Les juro, les juro que no podía ye me fui a un rinconcito del consultorio (estando el doctor Borras presente) para WhatsAppearle a mi amigo Arturo…
“Auxilioooo… No puedoooo”, escribí.
Nadieeeee me respondía… Tiempo des pués supe que Armando se hallaba con el taxista apostando si una chica como yo iba a ser capaz de invitar a salir a quienes ellos habían bautizado como el “doctor chiquito”… de estatura.
“Arturooo, yujuuuu”… Después de muchos mensajes de ese tipo, recordé que no me encontrba en un sitio público, ni con amiags, como para estar texteando a diestra y siniestra.
– Sorry, doc… Bueno… Pues anda, ya me voy… Eh!!! Creo que hoy es el último día que nos vemos, ehhhh, porque, pues mire.. Ya estoy muy bien, me siento bien, tengo mis análisis en mi mano… O sea, yaaaa, es la última vezzz doccc – le repetía y le repetía al sexy chaparrito, quien seguía impresionado por la altura de mis tacones..
– Pal, que le vaya muy bien – dijo antes de darme un suave beso sobre la mejilla derecha.
Salí en chinga del consultorio, me topé con la esposa-exesposa (o no sé qué era) y me regresé como loca corre y corre…
– ¿Qué pasó, Pal? ¿Qué lvidó? – me preguntó Borris.
– Nada – dije y en seguida tomé aire. – Doctor: – continué.
– Sí, Pal.
– Doctor, tómese un café conmigo
¡Noooooo, noooo, noooooo, noooooo, noooo. Está loca, está loca. Deben ser los capuccinos de Starbucks con vainilla extra que se toma… Son deliciosos, pero pecadores… ¿Qué vamos a hacer con ella, chics? Estamos perdiéndola. Nunca había invitado a salir a un chico… Y menos a un hombre mayor… Y menos a un hombre más chaparrito… ¡Está loca, está loca! ¡Pal se volvió loca! (me imaginaba a mis neuronas en meeting caótico)…
– Ay, mi’ja… ¿A qué hora? – respondió al tiempo que su rostro se teñía de rojo y hacía un ademán señalando su consultorio…
En resumen, su respuesta fue en el tono de: “mi vida está llena de trabajo y no tengo chance de ir por un café con una escuincla entaconada”.
– Doc, pues, no sé. En un hora libre para usted y libre para mí 😉 – respondí (yo estaba muerta de pena, de vergüenza)…
– Mi’ja, chiquita. Yo, yo te llamo para ponernos de acuerdo. ¿Te queda? – dijo mientras me tomaba del brazo.
– Eh, eh… Ouiii, sí, yes! It’s ok, doc – no sabía si esconderme debajo de sus escritorio, de la camilla, detrás del vestidor… ¡Horror!
Tomé mi bolso Long Champ y me dirigí hacia la puerta.
“Bueno, doc. Pues muchas gracias… Eh, ya me voy”- dije, mientras intentaba abrir la puerta del consultorio para salir corriendo.
El doctor chiquito se apresuró a abrirme la puerta… Se veía todo lindo con su estaturita, su batita… Todo un superhéroe chiquito, delante de un mujerón de más de 1.70 (por los zapatos negros grisáceos españoles que llevaba ese día).
“Bueno, doctor Borras. Nos vemosssss”, dije una vez que estuve fuera de la clínica.
“¿Ya está manejando?”, preguntó.
“No, aún no. Pero ahí me espera un taxi y mi, mi, mi mejor amigo. Muy guapo él, ¡eh! Y alto”, respondí.
Sí, mi respuesta sobre el amigo guapo y ALTO quedaba fuera de lugar. Pienso que fue producto de un ego u orgullito herido, flacos. ¡¡¡EL DOCTOR CHIQUITO ME ACABABA DE BATEARRRRR!!!
Subí al taxi como loca, donde Arturo Torres y el taxista habían estado apostando sobre si yo me atrevería o no… Obvio, ganó el taxista, quien decía que “la güera sí se aventaba a invitar al doc”…
Y es que mi amigo Arturo Torres, nunca lo hubiera creído. No sé cómo pudo no imaginarlo, si en su momento (en el bachillerato) fui capaz de organizar una fiesta masiva para poder conocerlo, pues cuando yo era adolescente, Arturo me traía de cochecito (de nalgas)… #ploc
“¿Y bien?” – preguntó Arturo…
“Ay, amigo… Me dijo, me dijo, me dijo… “Ay, mi’ja, a qué hora?”, respondí a Arturo antes de contarle toooda la historia.
Ese día, pedimos al taxista que se desviara. Pues decidí que no podía regresar a casa así tranquilita, después de que siendo la primera vez que le había propuesto un café a alguien… Ese alguien, me hubeise bateado… Oh my Dior! El taxista se echó de reversa para tomar una avenida que nos llevaría al bar que le había pedido (un sitio ubicado en la colonia Anzures)… Cuando el chofer hizo su maniobra, pasamos por al clínica del doc, a quien vi salir con “su ex esposa”. Y con dos nenas. Charlaban y reían. Parecía que iban bromeando.
– Mira, Arturo. Ese es el doc – dije precipitadamente.
– ¿No que era soltero o divorciado? Se ve bien contento con esa señora. Y como que se ven de la edad – respondió mi amigo.
No supe qué pensar. No supe qué decir. Solo recuerdo que ese día, me tomé dos buenos Jack’s Daniel’s en las rocas con mi alto y guapo amigo Arturo, quien no es Superman ni Iron Man, simplemente es él. Auténtico, cómplice, y siempre está ahí. Sea para salvarme y apoyarme (hasta de situaciones más vergonzosas, como ese bateo) o sea para tomarse un Jack en las rocas, reír y charlar sin darle vueltas al asunto, sin poner en medio su trabajo.
Ese día, pese a la vergüenza que tenía delante de mi amigo, la pasé muy bien. Nos reímos mucho, charlamos mucho, hicimos conjeturas sobre el doctor y la doctora… Pasamos una cita-no cita buena ondita, hasta el momento en el que me dejó en casa.
“No me gustan los hombres, pero… De cualquier forma, no es para ti. Estás muy guapa para el doctor. Está muy chaparrito”, me dijo mi amigo antes de despedirse.
Ese fin de semana, la idea de que mi doctor era casado, no se me quitó de la cabeza.
– Buenoooo, pues a lo mejor se está divorciando… Digo, yo puedo esperar- le decía a mi amiga Ro, por teléfono un sábado por la tarde. La pobre ya no sabía qué hacer conmigo. Rápido buscó un pretexto para colgarme.
Ese día, pese a que tenía planes de salir, aproveché que el en ese entonces novio de mi hermana, Sarkis, estaba de visita en casa. De un momento a otro, se me ocurrió una babosada de adolescentes. Tenía que hacerle ver al doctor que… Si era casado, no me importaba esperar.
– Sarkis, ¿puedes marcarle al doc de tu celualr y decirle que le pones el extracto de una canción de parte de una admiradora?
Pese a que puso cara de “qu´-le-pa-sa-a-esta-lo-ca??’”, Sarkis aceptó. Preparó el pedazo de la canción… ¡Era Jenny Riveraaaa! Le marcó al doctor Borras en altavoz e hizo lo propio. Yo estaba que me moría de la pena…
– ¡Buenooo!”- respondió el doctor bien enojado (y eso que era sábado y apenas comenzaba la noche).
– Sí, ¿el doctor Angel Borras? Buenas noches. Mire, una atractiva mujer me pidió que le llame para hacerle escuchar esto. Escuche, por favor:
“¿Sabes? Disculpa el atrevimiento, pero… Es que me gustas mucho desde hace tiempo… Sí, yo sé que no eres libre, pero podemos ser discretos… Vernos de vez en cuando… ¡¡¡De contrabando!!!”…
Sí, chic@s, se escuchaba la voz de Jenny Rivera al son de la banda, dando un discurso introductorio a la canción…
– ¿Doctor? ¿Está usted ahí? – preguntó Sarkis.
– Sí, aquí estoy. Respondió el doctor con voz de asustado…
Yo quería esconderme debajo de la mesa… O sea, a mi edad y organizando esas tonterías.
El doc siguió escuchando:
“Te prometo discreción ante la genteeeeee, soy capaz hasta de actuar indiferente si me hablan de tiii… Ohhhhh, sííí!!! Te prometo no mancharte la camisa. No pedirte más amor si estás de prisa. Te comprenderé, pero ámame… Aunque sea de vez en cuando, aunque sea de contrabando, pero ámame. Aunque sea de contrabando, aunque sea de vez en cuando, pero ámame… Te prometo no dejar ninguna huella, ninguna evidencia… te prometo ser paciente y esperar a que tú regreses a mí”…
“Tu, tu, tu, tu, tu”, se escuchó… El doctor nos había colgado.
Mi celular comenzó a vibrar. Había un mensaje del doctor.
– ¿Pal?- decía…
Lo apagué rápido y me fui a la cocina a servirme un vaso de agua… Para el estrés… Cuando regresé con mi hermana y mi cuñado, ambos me veían con cara de “la hemos perdido”.
Fue entonces cuando reaccioné y pensé que ya había yo llegado demasiado lejos y que mi inmadurez andaba rondándome a mil. Eso no podía seguir. Esa noche decidí que se acababa la historia del doc… O sea, ¿Jenny Rivera? ¿De contrabando? Ya, había rebasado todo. No tenía perdón de Dior. Tenía que olvidarme de todas esas tonterías. Y así lo hice. Dejé de lado la cacería, que nunca ha sido para mí… (y que comprobé que jamás sería para mí esa ondita de ser yo quien diera el primer paso). No iba a seguir perdiendo la dignidad y la madurez por soñar a los superhéroes. Punto.
***
Meses más tarde, el doctor era un simple recuerdo… Sin embargo, era ahora él quien de repente me enviaba mensajes vía WhatsApp. Ya fuera para desearme un buen fin de semana, para insinuar que sería bueno ir a tomar algo. Sin embargo, nunca había una invitación seria, ni formal. Cero. Solo insinuaciones de colegio.
Una noche de sábado, en la que yo me había quedado con mi papá y su esposa para una noche de mojitos, quesos delis y varios episodios de Mad Men, recibí un mensaje… Sí, vía WhatsApp:
“Hola, Pal. ¿Cómo le va? Estoy en el Celtics de la Condesa. ¿No quiere unirse a tomar algo?”
Sí, era un mensaje del doctor Borras.
“Hola, doc. Lo siento mucho, pero debió de prevenirme antes. No suelo salir corriendo a las 10 de la noche en dirección a un bar por una invitación de improvisto. Si usted gusta invitarme otro día con anticipación, nos ponemos de acuerdo. Le mando un besote y cerezas”, respondí.
Tiempo después, específicamente en diciembre de ese año lleno de aprendizaje y experiencias, yo me encontraba tomando alguito con mi amigo Arturo (sí, otra vezzz).
De la nada, el doctor comenzó a charlar conmigo por WhatssApp.
“Mire Pal, usted es muy guapa y me gusta mucho. Usted es muy profesional, exitosa, una mujer muy bien. Yo, también soy un hombre profesional y con éxito. Sin embargo, yo vengo de un mundo que no es el fashion, ni la moda. Y la verdad, lo que me pasó es que me dio cierto temor. Yo soy más de una cerveza. No soy de martinis. Soy más de ir a ver el futbol. De cosas sencillas. Y no quería verme en una situación en la que yo me sintiera incómodo”, me decía.
Quedé en shock. No podía creer que mi superhéroe hubiese pensado a todo eso. Para mí lo importante era el hombre aguerrido, profesional, inteligente que me había salvado la vida… Sin embargo, con ese mensaje, Iron Man mexicano desapareció de escena. Y vi a un hombre lleno de virtudes, pero con inseguridades (al fin humano, como yo… Como todos nosotros, flacos).
“No se preocupe, doc. Ya un día nos tomaremos ese café… pero, usted se la perdióooo. No soy tampoco el glam al 1000% ni toda la película que usted se creó. Soy tan humana y tan sencilla como usted. Una cosa es mi trabajo como periodista de soft news y otra es mi persona. En fin… Usted se lo perdió ”, le respondí.
Tiempo después mi hermana acudió a consulta con el doctor, quien también le salvó la vida. Ahí comprendí que no era Iron Man, ni cualquier otro personaje de cómic, sino un humano muy profesional y capaz… ¡Y tímidooo! Y… tal vez casado… Charros… Poco a poco, pese a que el doc y yo intercambiábamos mensajes, mi interés fue desapareciendo… Y después, la vida me hizo presa de otros azares, de otros reencuentros… De otras aventuras en tacones de infarto… Mi Iron Manmexicano se convirtió en una anécdota, en una leyenda, en el doctor chaparrito y mayor que tuvo miedo de tomarse un café conmigo… Toinggg… En una lección que me hizo ver que a veces los tacones de infarto y los outfits BCBGdan miedo…
Y ustedes, chicas. ¿Han tenido un superhéroe? ¿Le han invitado un café o un drink? Cuéntenme…
¡Besos y cerezas!
@paloma.life