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Amazona del amor corriendo en pies desnudos… ¡la huída del infierno!

«Dulces son los frutos de la adversidad, que como un sapo feo y venenoso, portan sobre su cabeza una preciosa joya», William Shakespeare

***

(Souvenir se hace unos años… Hay noches y sucesos que revolucionan vidas)…

Todo ha sido como una película. Un film en cámara rápida. No ha habido tiempo de detenerse. No ha habido tiempo de tirarse al drama. No ha habido tiempo de consumirse en llanto… El reloj avanza sin piedad y hay que avanzar a la par… A veces, hay que ganarle al reloj. Sí, hay que ganarle al tiempo.

“Cabeza fría, cabeza fría, cabeza fría, como siempre, cabeza fría, sinceridad, honestidad”, me dicen todos mis sentidos, quienes crean una capsula para encerrar a mi corazón junto con todas sus emociones. Mi corazón y mis emociones tienen que estar intactas, saludables.

Mi corazón debe estar a salvo, y mis emociones no deben mezclarse en mis asuntos en estos momentos, donde la impulsividad pura, la tristeza, la ansiedad o la cólera serían las peores compañías.

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La niña de fuego… en realidad era de cristal

No más terrazas para echar el drink, ¿museos? Tampoco… ¿Salas de cine? Ni soñando. Ni siquiera las salitas de sillones rojos e incómodos con pantallitas retros de las que me quejaba tanto… ¡No, señores!… El Covid-19 ha puesto on hold a la vida cultural y social.

Ahora el bar es en casa, las recetas del sitio Marmiton, el Termomix, la bendición de Dior y mi sazón han sustituido a mis chefs favoritos de los restaurantes franceses en los que me deleitaba los fines de semana…

Ver una peli en casa se ha vuelto una actividad tan cotidiana que en un momento dado se convierte en una acción más agria que beber un jugo de toronja por la mañana… Las salidas entre amigos se han ido por el retrete. La incertidumbre se ríe de todos y se frota las manos… Debemos permanecer en casa. En casa. En casa para cuidarnos del virus. El orgasmo del día, señores,  es salir a la oficina. El único sitio en el que se puede socializar un poco en París, la ciudad más bella del mundo, la ciudad que actualmente deprime y llora la ausencia de mundo.

Sin embargo, los que aún tenemos capacidad de asombro, los que queremos vivir pese al Covid, seguimos haciendo de París una ciudad mágica. Seguimos honrando a la vida consintiéndola con ideas que también son mágicas.

Transformamos la casa en bar (los viernes por la noche suelo vestirme como para una cita e improviso el bar en casa, o el restaurante… a veces hasta en teatro… ),  en  cabaret, en gimnasio, en ¡cine! Sí, en cine…

Hace unos días transformamos precisamente uns parte de la casa en sala de cine de arte… No es difícil hacerlo en un gran apartamento estilo haussmanniano que tiene rinconcitos que parecen escenarios de película de Pedro Almódovar…. Fue el cuarto de planchado llamado también «el cuarto de Linda” (la señora  portuguesa que viene cada miércoles a hacer el quehacer y planchar a la casa) el que se convirtió en una sala de cine. Asientos incómodos en color rojo, pantalla retro, olor a recuerdos… Palomitas de olla y sodas en lata era lo que ofertaba la modesta dulcería que improvisamos en la chimenea del “cuarto de Linda”.

Aunque pudiese parecer extraño, el sitio me volvió loquita. La emoción y el asombro recorrieron todo mi ser. Me sentía atrapada en el pasado.

El olor a palomitas me hicieron recordar mi niñez, cuando Mi Papá me llevaba al cine y yo siempre me quedaba dormida o lloraba porque me aburría (cuando no tiraba todas las palomitas para después llorar con el objetivo de obtener otro paquete).

Sin embargo, aquel escenario viejo, semi vacío y con olor a ropa limpia perdió el protagonismo cuando las luces se apagaron. Los 10 minutos de publicidad pasaron y el filme comenzó. “La niña de fuego”, una película española de Carlos Vermut era la oferta que acudí a ver esa noche de martes.Ver la aquel drama al que Pedro Almodóvar describió como “La revelación española del siglo”y que fue aclamada en el último festival de Cannes, me emocionaba más que mis botas con punta de “ojo de pescado” en color rojo  Calvin Klein que portaba esa noche (y que causaron sensación y envidia de las mujeres que se toparon conmigo en Boulevard Haussmann).

Bien. No voy a contarles toooodala trama esta deliciosa película que se estrenó en 2014 en su país de origen y que en 2016 formó parte del festival de cine de arte extranjero en Francia. Sin embargo, para nos ser egoísta, voy a darles una probadita.

Luis (Luis Bermejo) es un profesor de literatura (culto, con muchos principios y una educación envidiable). Luis está desempleado y ha cambiado el traje de profesor respetable y pulcro por bermudas, huaraches y barba descuidada.

Su hija de 12 años, Alicia (Lucía Pollán) tiene cáncer terminal. El sueño de la pequeña es tener el vestido oficial (de diseñador) y la varita mágica (también de diseñador) de la serie japonesa de dibujos animados «Mágical Girl Yukiko”. El elevado precio de ambos accesorios (27 mil euros) llevaría a Luis a hacer cosas inimaginables por cumplir el deseo de su pequeña.

Cuando el catedrático está a punto de robar una joyería; por azares del destino conoce a Bárbara (Barbara Leni), una mujer realmente hermosa, blanca y de larga cabellera, imponente, de mirada penetrante, caminar elegante (digno de una pantera negra) y cuerpo de diosa.

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‘Doctor, tómese un café conmigo’… Cuando me enamoré de Iron Man con bata blanca

Louise Lane se enamoró del sexy y aguerrido Superman… Mary Jean cayó redondita en las redes de Spiderman… Gatúbela, pese a sus reflejos felinos y gran intelecto, adoraba al depresivo, loco, raro e intrigante Batman… Vesper y las otras chicas Bond se derretían por el dinámico James… Y así… cada superhéroe tiene su eterna enamorada.

Bellas mujeres que, pese a su independencia, autonomía, poderes femeninos, sexto sentido y demás… tienen un punto en común que las vuelve vulnerables ante sus adorados hombres: todas ellas ven en sus respectivos terroncitos de azúcar a un héroe que les salvó la vida. A ese ser que les llegó a salvar la piel en una o más ocasiones. Ese hombre viril y protector para lo que nada es imposible. Ese modelo «ideal». Y además, esas onditas del misterio, la química y las feromonas, juegan un papel realmente importante a la hora de la idealización, la cual no es propiedad exclusiva de cómics o películas de Marvel.

No, queridos. En la vida real existen muchas historias en las que se vive el efecto del «charming» del Superhéroe sobre la bella y guapa chica. ¡Les juro! Ésta no tiene que ser la típica protagonista de telenovela mexicana o venezolana… ¡En serio! Las mujeres profesionistas y profesionales que formamos parte de la vida activa, nos lucimos en tacones por la calle y nos sentimos poderosas al sacar los billetes (o la Amex… American Express… #toing!) para pagar ese fabuloso par de zapatos o esa cena entre amigas… Nosotras, quienes presumimos independencia y criticamos a las princesas de Disney (en mi caso no, al contrario, Disney y las princesas de sus cuentos me acompañaron durante mi niñez, y no me da vergüenza decirlo), nosotras, quienes conducimos solas en ciudades de alto riesgo, quienes reclamamos equidad y un largo etcétera… En fin, nosotras… Caemos, señoritas. Les juro… Caemos. Al menos, una vez… O un par de veces (hay quienes han caído decenas de veces), hemos caído, en las manos de un superhéroe, quien se convierte en nuestro ídolo, nuestro salvador y hasta amor platónico…

Sí. Lo confieso. A mí me pasó. Yo tuve un superhéroe y un enamoramiento y hasta idolatría  que duró algunas semanas… ¿Quién era mi superhéroe? El doctor que me extirpó el apéndice… #ploc Aunque no lo crean… El doctor que me operó del apéndice se convirtió en mi superhéroe… Ya era un súper héroe… Y eso que no existía aún el Covid-19. Aquí les cuento la historia:

Era el año 2013, enero justititoto…  Yo estaba en la ciudad de México, tranquila (bueno, con la adrenalina y la chispa que siempre me acompañan), trabajando. En ese tiempo trabajaba para la sociedad Yahoo! en Español, como editora en jefa de la sección de moda y editora de soft news (actualmente, sigo escribiendo para Expansión con quienes fueron mis colégas de Yahoo!, desde Francia…  Me encanta. Sorry, no podía dejar de hacer mención).

Bueno, pues era justo la mañana de la segunda semana de enero, chic@s.  Muy, muy temprano. Y yo, enfundada en un vestido muy ejecutivo en color borgogne,  con escote de infarto y tacones en color borgogne con filos dorados… Y agarrándome del chongo con una mujer en Starbucks (donde pasaba de vez en cuando por mi capuccino pecador antes de ir a la oficina)… ¿El motivo? La persona había tratado de meter la mano en mi bolso… En fin… Le dije unas cuantas cosas a la mujer, tomé mi café que ya estaba listo (y adicionado con vainilla… Yomiii) y seguí mi camino… Al salir de Starbucks y dirigirme caminando a la oficina, la cual quedaba a 4 calles de la cafetería… Comencé a sentir un dolor en el estómago que no era TE-RRI-BLE, sino lo que le sigue. Y no era precisamente el estómago, sino casi al final de lado derecho… Apenas di el primer sorbo a mi café y ¡no bueeenooo! Parecía que me habían dado un golpe con un resorte… Empecé a transpirar en frío… ¡Horrible, chic@s! Así, cañón.

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El hombre que usaba calzones guindas

Cuando somos adolescentes hacemos cosas realmente locas y divertidas. Más si creemos estar enamoradas. ¿Quién no llegó a marcar el número de su amor platónico solo para escuchar la voz y después colgar? ¿Quién no ha marcado a algún locutor de radio para pedir y dedicar una canción a ese galán al que no se atreve a decirle que le gusta? ¿Quién no envió una carta de amor anónima en su adolescencia?» La chica que nunca lo hizo durante su etapa de secundaria y bachillerato, que aviente la primera cartera.

Esta señorita entaconada no es la excepción. Les confieso que yo también llegué a hacer bromas telefónicas, dedicar canciones de amor (sin la necesidad de un locutor de por medio), a enviar cartas anónimas y hasta regalos sexies. #quéfuerte! Y no para un amor platónico. ¡Y no lo hice sola! No, no.  Lo hice con una de mis mejores amigas, a quien llamaré Sandra. Y no. No éramos adolescentes, ambas ya teníamos 23 añitos, una carrera profesional terminada, un trabajo y cuentas por pagar. Pero, al fin mujeres locas con almas de niñas… #quépapelón!

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Amores platónicos… amores eternos

“Todo el día solamente pienso en él, y segura estoy que ya lo ha de saber… Mis amigas juran que esto no es normal, que es un sueño lejos de la realidad. Ando en otro mundo no tengo coco ni para estudiar… Es cuestión de tiempo, ¡yo se que un día tú mío serás!”…

Aunque lo parece, no se trata de una declaración de amor… Buenooo, casi… Es una canción. “Corazón” es el título. #laniñacursi Si reconocen la letra es porque conocieron a la cantante mexicana Lynda. Una chica espigada, de cabellos largos  y voz lindísima que arrasaba con su fama y su música cuando yo era adolescente y comenzaba el bachillerato.

La Pal de ese entonces no usaba tacones de 12 centímetros de altura. Mucho menos tacones de Animal Print. Más bien usaba Convers… Tampoco se alaciaba el cabello. ¡No! Tampoco pesaba 48 kilos. Más bien era llenita, llenita y nunca faltaba a sus clases. Era una alumna ejemplar y se traumaba si no sacaba 10 en alguna materia.

Sí. Perfeccionista con la escuela (y hay cosas que conservo. ¡Muchas! Me sigo traumando cuando algo no me sale bien. Creo que soy muy exigente conmigo misma) y ¡supertímida! Oh my Dior! #fuertesdeclaraciones

Tan, pero tan tímida que solo tenía dos amigas: Daysi y Anahí. Ambas superdelgadas y blancas, blancas, como la leche.

Daysi, Anahí y yo éramos inseparables. Desde el primer día de clases, comencé a hablar con ellas y ambas se volvieron mis amigas entrañables (aún guardo contacto con ambas y las quiero muchísimo, pese a que cada una de nosotras vive en un país diferente y no hablemos diario).

Aunque también eran tímidas, mis dos amigas hablaban un poquito más con el resto de nuestro grupo de primer semestre de bachillerato. Digo, ellas se saludaban con algunas personas (eso ya era ganancia porque yo… ni eso. ¡Les juroooo! ¡Yo era tan tímida que no me atrevía a saludar a nadie aparte de Daysi y Anahí… OK, sí, a los profesores. Esos sí, todos me conocían. Ploc!).

Pues esta chaparrita de 1.62 m y 48 kilos… ¡No! En serio. Yo no hablaba con nadie, aparte de los profesores, Daysi y Anahí… Ellas eran mis confidentes, mis consejeras, mis compañeras. Mi confianza la depositaba en ellas. Les contaba todo. Ellas fueron (claro) las primeras en saber que yo me moría por un chico de sexto semestre, a quién llamaré ‘Arturo Torres’.

Bueno, pues Arturo Torres era lo contrario a Paloma López. Alto, delgado, malísimo estudiante (muy inteligente, pero la escuela le valía), jugador de futbol americano y sociable. Sí. Arturo Torres siempre estaba rodeado de amigas y amigos. Se vestía súper chic (para mi gusto) y usaba el cabello largo. ¡Cuando lo vi por primera vez me volví loquita!

“No es tan guapo, pero tiene un no sé qué”, fue lo que les dije a mis amigas la primera vez que me atreví a señalárselos y a confesarles que me gustaba alguien de la escuela.

“No es tan guapo, pero tiene un no-sé-qué. Y me pongo roja si me llega a ver… Siempre me aparezco por casualidad donde me diga que tú vas a estar”, comenzó a cantar mi amiga Daysi.

  • ¡Cierto! Es arase está en una estrofa de la canción de Lynda- dije mientras sentía como se teñían de rojo mis mejillas.

“¡Ay, ya, Paloma, vamos a hablarle!”, era lo que siempre me decía mi amiga Daysi, la menos tímida de todas, cada que veíamos a quien desde ese día le pusimos como sobre nombre “el guapo”.

Y es que desde el día de mi confesión, Ni mis amigas ni yo dejamos de seguirlo con la mirada. Cada que teníamos un descanso entre clases nos íbamos a parar al patio, justo frente a la jardinera en al que él y sus amigos se la pasaba casi toooda la tarde. ¡Diario! #balconazo #sinperdóndeDior

Era ya un ritual. Así. Les juro. Hora de break y “vamos a ver al guapo” era la frase que si no salía de la boca de Ana, salía de la de Day o de la mía.

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