« Todas las obras del hombre tienen su origen en la fantasía creadora. ¿Qué derecho tenemos entonces a la amortización de la imaginación? », Carl Jung.
🍒🍒🍒
No recuerdo la fecha exacta, solo sé que era un viernes de un junio de 2018 muy soleado. El verano había llegado con todo. Mi amigo Paul y yo salíamos de una reunión en la que yo había obtenido el contrato para realizar la comunicación visual del bar y club de golf de moda de Aix-en-Provence, una pequeña ciudad de Francia bendecida por el Sol y los turistas.
Una vez que cerramos el trato con Olivier, dueño del bar Shakespeare, Paul y yo nos despedimos de él y su esposa Irina, una rusa que pese a tener casi la cincuentena se mantenía divina.
Para ser unos recién egresados de la maestría de comunicación, Paul y yo nos desenvolvíamos bien en el mercado. Festejábamos con saltos el gol que yo acababa de anotar gracias al trato firmado con Olivier.
-¿Vamos al dominio de Beaupré por champagne para festejar con la banda? – me decía mi amigo y pretendiente mientras apresuraba el paso para llegar a su auto.
-Sí, sería genial. Podemos invitar a Margot y Cyril. Ah, también a… – mi frase fue interrumpida cuando mi sentido del olfato fue seducido por el olor de la lavanda de Provence. El delicioso aroma me condujo hasta la boutique más violeta y tierna de la pequeña ciudad francesa. Folies de Provence (Locuras de Provence) era el nombre de ese sitio mágico. Apenas había puesto los pies en la tienda cuando mis ojos se clavaron en uno de los personajes más hermosos y tiernos que he visto en mi vida.
– ¿Lo quieres?- la frase que disparó Paul me hizo regresar al planeta Tierra.
– No, no. Está bien. Soy una adulta para tener un nounours color lavanda.
– No. No es una historia de ser niña o adulta. Mira nada más que hermoso es- me decía Paul mientras me mostraba la belleza, con la que me fasciné aún más al tocarla. Suavecito, de un olor delicioso, con una carita súper tierna. ¿Cómo pasar de lado de tal belleza?
– No. No, – dije a Paul avergonzada e intenté salir de la boutique, mismo si aún estaba emborrachada de la deliciosa fragancia de lavanda.
– Paul se apresuró con la vendedora, quien no había dejado de sonreír y de decir que esa belleza era la estrella de la tienda y que hacía felices a mucha gente.
– Además, miren, tiene lavanda en las pompas, solo hay que frotarlo y la fragancia va inundar la pieza en la que se encuentre. – ¡Es realmente mágico! – decía la vendedora con la sonrisa.