“¿Un trío?… Pfff… Es el sueño de todo hombre”… “Ay, claroooo, yo ya lo hice con dos nenas y la verdad es una experiencia muy, muy rifada”… “Yo lo hice con dos chicos y la verdad no me gustó, pues lo que comenzó como una idea muy hot,terminó como una escena gay… Yo respeto, pero me sentí desplazada cuando vi que los dos tipos con los que me metí comenzaban a besarse y a tocarse”… “Yo no voy a presumir lo que no. Nunca he tenido un trío sexual”… “Yo sí me he acostado con dos mujeres al mismo tiempo y hasta a fiestas de intercambio he acudido. Yo, open mind,open mind”… “No, yo no le entro, ¿qué tal si me cacha mi esposa? ¿Y pa’ qué quieres? ¿Luego dónde duermo? ¿E irme con la ropa sin planchar al trabajo? Ni madres, mejor hago el amor a la antigüita, solo con mi pareja”… “Ay, yo sí he participado dos veces en un trío. La verdad es una sensación sú-perrrr!!! Te sientes como esos actores que aparecen en las películas fogosas de Golden Choice. Obvio que nunca lo haría con la mujer que elija como futura esposa”.
“Fiesta para más de dos: ¿podrías hacer un trío, intercambio o tener una pareja abierta?”fue el título de un artículo que se hallaba en una de mis revistas favoritas (Cosmopolitan España) lo que detonó tantas frases subidas de tono. Y es que justo cuando comenzaba a leer el artículo, me hallaba en el comedor del trabajo con mis colegas.
Bastó que uno de ellos leyera el título en voz alta –y el primer párrafo del artículo- para que una calurosa discusión acompañada de chistes, risas, bromas y #fuertesdeclaraciones comenzaran a inundar el ambiente de ese sitio en el que consultantes, directivos, managers y periodistas como esta señorita 😉 , se dan cita para echar el cafecito, comer o simplemente echar el chisme.
La charla fue interrumpida cuando una colega llamada Nuria entró al comedor convertida hecha un mar de lágrimas. ¿El motivo? Su galán le había pedido el divorcio… De un golpe, el tema de los tríos se terminó. Ploc! Unos cuantos comenzaron a consolar a la chica con consejos, otros se dedicaron a escuchar su triste historia y el resto volvimos a nuestros sitios de trabajo, pues había que preparar un “dossier” muy importante que estamos a días de entregar.
Entre el trabajo, la historia de Nuria y pendientes de la universidad, olvidé el tema. Sin embargo, en la noche, cuando me hallaba en el vestidor del gym para cambiar mi outfit urbano-chic por el de deportista y ponerme a tono con una buena rutina de cardio y pesas, mi iPhone comenzó a sonar. Se trataba de mi amiga Anel, una productora de TV portuguesa que trabaja con nosotros.
“Pal, me quedé con tu revista”, me dijo en francés, con su acento portugués.
“Ah, oui”, le dije.
“¿Tú has tenido alguna vez un trío? ¿O has participado en una orgía?”, fue la frase que disparó sin reparo mi amiga portuguesa.
“Nooooo. Obvio no”, respondí con voz firme y después empecé a carcajearme. Anel no comprendió nada. También rió y después de decirme que me entregaría mi revista en cuanto nos viéramos y desearme una linda noche, se despidió de mí”.
He de confesar que cuando le respondí a Anel me moría de la vergüenza y de ganas de reír. De hecho me dio un ataque de risa cuando colgué el teléfono y me quedé cerca de 10 minutos (es en serio) en los vestidores del gym hasta que se me pasó la risa. Y es que después de ver el título de la revista Cosmopolitan España, después de toda la discusión que dicho tituló detonó y después de la pregunta de Anel, recordé una anécdota que es digna de confesión. Así es, chic@s… Confieso que en una ocasión viví de cerca un trío sexual y casi acabo involucrada… Pero… Afortunadamente me salvé.
Y digo que me salvé porque sinceramente no hubiese sido nada agradable haberme besuqueado con mi mejor amiga (creo que hubiésemos dejado de ser amigas) y con quien en ese entonces era mi fan, pretendiente, seguidor y encantador casi-novio. Ploc!
Bien, agárrense, porque ahí van unas #fuertes #declaraciones
Resulta que en el año de 2010, cuando volví a México después de un primer año vivido en Francia (y después de unos meses de buscar trabajo y al final hallar uno que me gustara #benditoDior)conocí a un chico superbuena onda. A este chico lo vamos a llamar… Edgar.
Bien, pues a Edgar lo conocí en una editorial para la que trabajé una muy breve temporada, ya que gracias a Dior y a varias circunstancias, rápidamente hallé un empleo como editora de la sección de finanzas personales en un importante diario al que adoro. Así que, mi paso por la editorial fue fugaz, pero… cual estrella fugaz, en mi paso arrasé con el corazón (más bien con el capricho)de uno de los editores en jefe de una de las tantas revistas que albergaba dicha editorial: así es, Edgar.
Desde que nos conocimos, la relación entre Edgar y yo fue muy rara. No teníamos nada en común –salvo que ambos somos periodistas y ambos respiramos- pero la química hizo de las suyas.
En serio: él era el típico chico “Geek” amante de los juegos de video y fan de Star Wars… Medio despistado y siempre vestido como Han Solo, el legendario personaje de Star Wars. ¡En serio! Nunca se quitaba el chalequito negro estilo espacial. Y el corte de cabello también lo delataba.
Edgar no era delgado como Han Solo, más bien era un poco llenito. Pero… Eso sí. Siempre hablaba de dietas y de sus enormes ganas de ir al gym. “Ya le voy a echar galleta”, me decía cada que me llamaba por teléfono y que sabía que yo estaba en el gimnasio.
Otras veces, me escribía mails (¡mientras yo estaba trabajando) para hablarme de sus aventuras con los videojuegos y sus amigos ‘gamers’ o para reclamarme por qué no quería andar con él.
“Tú eres la chica que ha robado mi corazón. Me tienes. Neta. No hay nadie más con quien quiera estar. ¿Por qué no me quieres, eh? ¿Por qué no me quieres? ¿O qué? ¿Te doy asco?” Me decía seguido. Ya fuera por teléfono o por mail. Ploc!
Sinceramente, aunque Edgar no era mi tipo y era superobsesivo con los mensajes vía chat, mail y llamadas telefónicas; había algo que me atraía de él.No sé si era su sonrisa o su forma apasionada de charlar cuando de libros y autores latinos se trataba. Sí. Debo reconocer que Edgar es muy culto. Le gusta mucho leer y siempre está informado. Creo que eso fue lo que me atrajo de él.
Sin embargo, siempre me inquietó su cuerpo. Digoooo, no era que quisiera recorrerlo con las manos para hacer un test de acerca de su musculatura y talla, pero me llamaba mucho la atención que su torso siempre lucía rígido. Pese a que su rostro era llenito y se veía que su cuerpo no era fino ni deportivo, siempre se veía rígido, rígido. ¡Y cero panza! Y eso sí. Casi nunca se quitaba su chalequito al puro estilo de la guerra de las galaxias.
Cuando llegábamos a salir a tomar un café, lo hacía de forma rara. Y al levantarse de su asiento, lo hacía también de forma muy extraña. Era como si algo en su cuerpo le impidiera moverse libremente. ¡se paraba y se sentaba como un muñeco de acción!
“Qué raro. Al chico siempre le cuesta trabajo levantarse, sentarse, correr. Y siempre está rígido del torso. Y nunca se quita su chalequito”, le conté un día a mi mejor amiga, Daisy.
“Ay, ¿y si es un robot?”, me decía Daisy en tono de broma y se carcajeaba. ¡Sí! Mi amiga se burlaba de mí, pero en buena ondita.
Confieso que salí varias veces con Edgar, quien nunca dejó de decirme que yo era la única chica con la que quería andar. En serio. Se la pasaba recitando que no quería estar con nadie más, que no le interesaba ligar a nadie más. Que no había ojos para nadie más… Siempre el mismo discurso. #ploc #ploc #ploc
También confieso que nos llegamos a dar uno que otro beso #quéfuerte! Y que empezaba a conquistarme. ¡Sí! Pese a que se la pasaba enviándome e-mails raros en los que me decía que el karma se iba a portar mala onda conmigo y pese a que me enviaba me sajes imprudentes en horas de trabajo, y pese a que conocidos en común me decían que a escondidas, Edgar trataba de ligarse a “una asistente editorial y a una locutora de un pueblito de provincia”. #chanclas
Bien, pues esta chica loquita estaba a punto de darle el sí a Edgar. Salíamos seguido. Íbamos a comer, a tomar frappesy en dos o tres ocasiones llegué a ir a su depa a ver películas. Y sí, el mismo discurso de siempre seguía: “¿por qué no me quieres?”… “Yo no salgo con nadie más y tú sí”… “Yo no te deseo mal, pero el karma te va a cobrar tus malas ondas”… #frasesdeinseguridadtotal
He de confesar que yo no me comportaba como una pera en dulce. ¡No, chic@s! Yo también estaba media loquita (más que ahorita) y sinceramente de repente me escribía e-mails ¡y salía! con un colega periodista(algún día les contaré la historia). Digoooo… No es que estuviera haciendo casting, pero hay situaciones que los seres humanos no podemos explicar. Menos cuando somos solteros y sin compromisos. Digo, no quiere decir que yo era una bitch, pero si no tenía compromiso con Edgar ni con nadie, ¿qué me impedía salir con el otro periodista a echar el café el chisme y sí… en dos ocasiones unos besos… Ploc! #fuertesdeclaraciones (No lo vuelvo a hacer, les juro).
Bien, pues un viernes por la tarde Edgar me invitó a su departamento. Compró vino, whiskey y preparó algunossnackspara cenar. Llegué a su casa guapísima, enfundada en un vestido color negro, tacones rojos kilométricos y cabello alaciado. Cuando me abrió la puerta, Edgar quedó con la boca abierta (al diablo la falsa modestia).
Una vez que entré a su casa tomamos una copa de vino y nos dispusimos a elegir una peli para verla en su sala. Estábamos por darle playa “La Elegida” -una peli en donde la protagonista es Penélope Cruz- cuando sonó mi teléfono móvil.
Se trataba de Daisy, quien estaba superdepre porque acababa de tronar con su galán.
“Ay, no, nena. ¿Cómo puedo ayudarte? Deja me despido de la persona con la que estoy y salgo corriendo. Nos vemos en La Destileria de Reforma 222. Besos y cerezas”, le dije a mi amiga y colgué.
Edgar me preguntó de inmediato qué ocurría y yo sin ningún reparo le conté que mi amiga acababa de tronar con su novio y que estaba superdepre.
Edgar sugirió que la invitáramos a ver pelis con nosotros y a cenar. Le marqué a mi amiga, le di mis coordenadas y en menos de una hora el timbre del depa de Edgar ya estaba sonando.
Mi amiga, al igual que yo, portaba un vestido ajustado. Solo que el suyo era color violeta. Sí, también ella portaba un par de tacones kilométricos y usaba un maquillaje discreto, pero muy chic. Su delgada y torneada figura, sus rizos perfectos que rozaban sus hombros y su perfume de manzana hacían que mi guapa amiga luciera muy sexy. (Y no. No me gustan las chicas, aclarooo!).
Una vez que presenté a Daisy con Edgar y nos sentamos a cenar (más bien a beber vino, whiskey y a medio comer snacks) mi amiga comenzó a contar el motivo por el que estaba triste.
Después de que mi amigo cariñoso con el eterno outfitde Han Solo le dimos algunos consejos, Daisy se puso un poco mejor.
Para subirle aún más los ánimos, Edgar comenzó a poner música. Conectó el karaoke y todos comenzamos a cantar. Y seguimos bebiendo… Les confieso que Edgar no está acostumbrado a beber. Bastan dos vasos para que lo perdamos… Ese día ocurrió. Dos vasos de whiskey, uno de vino y… Ploc!
Edgar no paraba de bailar, de dar vueltas por todo su depa, de cambiar la música cada dos minutos, de brincar, de abrazarnos… Cuando tomó la copa de vino número cuatro… Realmente se puso mal. Se tambaleaba y ni bailar podía, peor eso sí, no paraba de decirme que me amaba, que yo era la única y… Luego se perdió en un pasillo para ir al pipis room. (Sí, al baño).
Vi que su teléfono celular se alumbró. Se trataba de un mensaje el cual, curiosa, corrí a ver en la pantalla. Se trataba de una chica. El mensaje era de ligue. Quedé superdecepcionada, pues Edgar siempre había jurado que “yo era la única”. Sin embargo, no dije nada. Tomé la computadora de Edgar para revisar mi correo(por lo regular, mis jefes de ese entonces enviaban las ordenes de trabajo todos los viernes por las noches) y tenía un mensaje del periodista con el que también salía. #ploc y #superploc Se trataba de un mail meloso y algo comprometedor. Leí, cerré el navegador y seguí bailando y cantando con Daysi.
Edgar volvió a aparecer en escena. Lucía contento y sí, muy borracho.
“Te gusta ir con unos y con otros. Y pasas de mí, te olvidas de mí. Te la armas biennnn, con todos menos conmigo”… Una de las canciones legendarias del grupo Timbiriche comenzó y los tres comenzamos a cantar en coro, como poseídos. Nos pasábamos el micrófono del karaoke para turnarnos las estrofas. Intentábamos de escenificar la historia de la canción interpretada pro Erick Rubín. Estábamos fanatizados.
La canción terminó y corrí al pipis room, cuando regresé, la música de Timbiriche continuaba. Esta vez, Edgar y Dai bailaban “Besos de ceniza”.
De un momento a otro, sin reparar en nada, Daisy besó a Edgar con una pasión desenfrenada. Edgar correspondió al beso sin reparo. (Sí, el chico que no quería andar con nadie más, ni besar a nadie más). Una vez que terminaron de besarse, Edgar me volteó a ver y me ofreció disculpas. Yo estaba hiperencabronada, sin embargo, voltee a ver a Daisy, quien estaba también algo mareada (sinceramente todos estábamos borrachos, Dai y yo menos que Edgar, pero al final los tres andábamos en las nubes), acto seguido, abracé a Edgar y le di un beso agresivo y de larga duración. Cuando terminamos, ambos estábamos sin aire. Daisy lo tomó de la mano, lo abrazó y nuevamente comenzó a besarlo. Terminaron, Edgar volvió a ofrecerme disculpas y yo lo recibí con otro beso. Y así nos la llevamos durante unos cinco minutos. Mi amiga y yo nos turnábamos los besos.
En uno de mis turnos, Dai puso música lounge. De repente escuchábamos a Bossa Nova cantando rolitas de amor. Edgar se seguía disculpando, me decía que él solo quería estar conmigo, que por qué lo obligábamos a hacer “eso”. (AY, ay, ay!). Después se sirvió otro drink y se lo tomó como si fuera Boing.
Se sentó en uno de los sillones de su sala vintagey se disponía a comer papitas cuando Daisy lo jaló y lo paró para bailar. De un momento a otro, la pasamos de la música lounge a la electrónica. Todos comenzamos a bailar. Dai volvió a besar a Edgar, quien estaba biennnn contento. En una movida, lo despojó de su chalequito negro y le quitó sus lentes.
“Iuuuuuuuu!!!”, gritábamos mi amiga y yo. Edgar bailaba y daba vueltas solo. Estaba bien emocionado.
“¿Quieres que hagamos un trío, baby?”, lanzó mi amiga.
“Sí, sí”, respondió Edgar emocionado. Mi amiga me guiñó el ojo. Ambas sabíamos que no lo haríamos. La música continuaba y Edgar intentaba bailar. Sus movimientos eran torpes debido a su estado de ebriedad.
El humo de los cigarros que Daysi y yo consumíamos (sí, yo fumaba en ese tiempo), era la gotita que acababa de proporcionar un ambiente malicioso y malsano en ese momento.
La música y nuestro baile seguían. Los gritos de relajo, de sensualidad, los besos y los abrazos… también.
“Ya, ya, vamos a hacer un trío”… “Sí, sí, un trío, ¡vamos pa-pi-toooo! Iuuuuuuuhhh!”, gritábamos aguantándonos la risa (yo estaba bien encabronada por el mensaje que había encontrado y por ver cómo el chico con quien salía se había besuqueado en mi cara con mi mejor amiga.Sin embargo me divertía con la escenita).
“Iuuuuuuuuuuuu!!!”,gritó Daisy de nuevo y de un trancazo le levantó la t-shirt a Edgar.
No nos encontramos con un abdomen de hierro. Tampoco con una pancita de chelita. Daisy bajó la t-shirt de Edgar despacito, despacito. Su piel canela se convirtió en blanca. Mis mejillas, al contrario, se tiñeron de rojo.
Una vez que Dai termino de acomodarle la t-shirt a Edgar (quien de lo borrachales que estaba no sabía lo que ocurría). Yo le di unos golpecitos en su abdomen rígido, como para terminar de acomodarle su ropita.
Resulta que Edgar usaba una faja reductora –muy, muy ceñida- debajo de su ropa. Cuando Dai le levantó la t-shirt, el secreto del abdomen rígido de Edgar y su dificultad para sentarse, fue descubierto. #quéfuerte!!!
Dai y yo comenzamos a acomodarnos el cabello y la ropa, aplastamos nuestros cigarros en un cenicero que se hallaba en el centro de la mesa del comedor de Edgar, tomamos nuestros respectivos bolsos y nos preparamos para salir de la casa del chico.
“Voy al baño”, dije y corrí al pipis roomantes de salir de casa de Edgar, quien me alcanzó corriendo.
“Pal, ¿por qué esa reacción? ¿Es porque besé a tu amiga? Yo no quería, ustedes me obligaron. Neta que yo no quería. Yo solo tengo ojos para ti. Yo solo quiero estar contigo”, me decía.
“Tengo que irme”, respondí.
Ya ni siquiera pasé al pipis room. Más bien, esquivé a Edgar con un movimiento olímpico y salí corriendo con mi bolso en mano. No sé cómo hice si como ya les conté, llevaba unos tacones kilométricos de color rojo. Pese a todo, salí ilesa. Edgar ya podía moverse un poco mejor (tras unos vasos de agua se le había bajado un poco el alcohol de la cabeza).
Corrí y corrí por el pasillo del quinto piso en el que se ubica su depa, hasta llegar al ascensor. Apreté el botón que me llevaría a la planta baja. Una vez que llegué a tierra firme le pedí al vigilante de la entrada que me abriera la puerta. Me vio tan desesperada que lo hizo rapidísimo. Me despedí dando las gracias y seguí corriendo sin reparar en mis tacones. A lo lejos, vi una cabellera rizada. Era Daisy. Mi amiga corría y corría. De un momento a otro desapareció.
“Me carga el payaso”, pensé. (Tiempo después mi amiga me contó que tuvo que esconderme en un cajero automático, pues un señor que iba en un auto no paraba de claxonearle y molestarla, insistía en darle rate… #Dior!).
Sin embargo, continué corriendo.
“Palllll!!!, Pallll!!!”, escuché a lo lejos cuando llegué a avenida Revolución (sí, Edgar vive cerca de ahí). Era él. Yo no podía de pensar en los mensajes que vi en su celular, en los besos con mi amiga y conmigo… ¡en la faja! Me urgía que llegara un taxi. Ya era de madrugada. El reloj me anunciaba que eran casi ¡las 4am! #Dior!
Por fin un taxi pasó y le hice la parada con señas dignas de naufrago que ha pasado años en una isla desierta y que ve a un barco aproximarse.
Una vez que el taxi se paró subí corriendo. Estaba apunto de cerrar la puerta cuando sentí que alguien la jalaba. Era el chico de la faja, Han Solo, el Geek, el que juraba fidelidad cuando andaba haciendo casting… Era Edgar.
“¡No, no, no!”, grité como desesperaba y cerré la puerta del taxi. Edgar se colgó de la puerta y ¡les juro! Se fue arrastrando durante unos 5 metros.
“Señor, acelere, please!”, le pedí desesperada al chofer del taxi, quien se puso nerviosísimo y aceleró como si condujera para la Fórmula 1.
“¿Todo bien, señorita?”, preguntó ya cuando estábamos a punto de llegar a mi casa.
“Sí, solo una mala fiesta y un chico un poco raro… Y creo que yo también lo soy, a veces”, fue lo que respondí sin abundar más.
Una vez que llegué a casa cargué mi celular (el cual se había quedado sin batería), tomé una ducha y al salir prendí mi computadora portátil. Ya era la mañana del sábado.
Además de varias llamadas perdidas de Daisy, había otras de Edgar. Luego, un mensaje vía Facebook. Sí, también de él.
En el mensaje me decía que era una mala persona y que tenía muy poca madre. También me dijo que yo era un horrible ser humano… Eso sí, al final me enviaba bendiciones… ¡No! No estaba enojado porque descubrimos su truco para lucir esbelto. Tampoco porque no hicimos el trío. Edgar estaba enojado porque Edgar había leído los mails que yo intercambiaba con el otro periodista con el que salía de repente. #toingggggg
Resulta que esta chica no olvidó sus tacones rojos para salir corriendo del depa del amigo “Geek”, pero sí olvidó cerrar su correo electrónico que había revisado en la compu de Edgar durante la velada.
Ni hablar. Ese fin de semana descubrí que no estoy hecha para tríos, que no sería capaz de andar con dos personas al mismo tiempo (porque tarde o temprano todo se sabe) y que no debo creer en ningún hombreque se la pase recitando que soy la “única mujer en su vida”. Lo que sí, es que estoy hecha para correr en tacones rojos de altura kilométrica… Yes! (No lo intenten si son nuevas en el arte de dominar los tacones, chicas!).
Poco tiempo después vi a mi amiga Daisy. Fuimos a tomar un helado a San Ángel. Como siempre, platicando mucho y conviviendo como las grandes amigas que somos (bendito sea Dior que no nos convertimos nunca en compañeras de cama.. #horror!) Después caminamos un poco. De repente, voltee, y ahí estaba. ¡Sí! El chico Han Solo, el chico de la faja, el chico que me llamó “horrible ser humano”, el chico editor o como gusten llamarle. Iba tomado de la mano de una chica gótica, llenita, de cabello negro. Sí, la locutora. Días después me enteré que era la misma con la que Edgar se mensajeaba cuando me juraba que yo era la única. Después de todo no solo yo jugaba al amor de tres. La ventaja es que yo nunca juré amor eterno y nunca escondí al otro periodista como quien oculta su talla bajo un corset.
Puede que esta confesión sea chusca, mala onda, de mal gusto… Chistosa, frívola… No sé. Pero para mí tiene de todo. Desde escenas chistosas, hasta lecciones de peso y ¡de fajas! Y conste, no me burlo de la faja… Creo que tod@s hemos usado alguna aun que sea una vez en nuestras vidas. Y quien no lo haya hecho, que aviente la primera cartera.
¿Qué piensan, chic@s? Yo pienso que nos vemos la próxima semana y por lo pronto, hoy voy a recuperar mi revista Cosmopolitan y a terminar el debate de tríos, lol.
¡Besos y cerezas!