«¡El salir con veinteañeros me hizo comprender que había olvidado lo divertido que era solo besar! », es una de las frases que llegó a decir Carrie Bradshaw, el personaje principal de Sex and the City, encarnado por la actriz Sarah Jessica Parker.
Esta frase sale a colación en uno de los capítulos de la primera temporada de la serie, en donde la periodista, entrada en los treintas, conoce a un sexy veinteañero en un bar y… Ploc!…
Carrie y el sexy boy no tardan en pasar una noche sumamente erótica y romántica… A la mañana siguiente, Carrie despierta embelesada, feliz, en la cama del chico… Al mirar a su alrededor, el sueño se convierte en una terrible pesadilla. El apartamento del chico es un reverendo desastre… Calcetines sucios tirados, muebles con las puertas abiertas, paredes escarapeladas… una cocina ciertamente asquerosa… Trozos de pizza fría sobre la mesa… Tazas con restos de café… Y un roomie del veinteañero, quien aparece sin camisa… Carrie quiere salir huyendo. No puede creer que pasó la noche en ese «bordel » (dirían los franceses). Sin embargo, la rubia, agotada y perturbada, necesita un café. Su pareja de cama, corre para prepararle una deliciosa taza de café… Sin embargo, no cuenta con filtros para la cafetera (la cual se cae de mugre)… Y trata de usar papel higiénico para sustituir los dichosos filtros… ¡Horror! Es ahí cuando Carrie se da cuenta que por muy divertido que sea hacerla de cougar, ella ya pasó por todo eso y no es lo mismo una cita de besitos y una aventura a iniciar una relación con un “niño”… Y es que a veces un momento divertido, puede convertirse en una verdadera pesadilla ¡Corte, corte!…
Precisamente el fin de semana pasado, mientras ordenaba mis series de TV, me acordé de este capítulo tan embarazoso de Carrie Bradshaw, con el cual me llegué a identificar en una ocasión…
…Mientras acomodaba mis series, comencé a reírme de nervios, pues recordé un capítulo de mi vida súper fuerte, digno de confesarse en este espacio… Sí, chic@s, me acordé de una ocasión en la que salí con un chico de 23 años… Un chico menor que yo… (yo iba para los 29) ¡Me muero! Por supuesto que todo acabó en un reverendo desastre. Les cuento la historia:
Saben que siempre he trabajado en el mundo del periodismo, la edición, la publicidad y la com.
Todo el tiempo que trabajé ahí fue grandioso, grandioso. El diario, el quipo, los directivos, la forma de trabajar, la convivencia.
Bien, pues entre ese equipo de ensueño se hallaba un corrector de estilo. Alto, alto, como de 1.90m, de cabellos rubios, rubios extralargos, ojos color miel, labios pequeñitos y nariz afilada. Una fila de pequeñas arracadas recorrían su oreja derecha y un piercing en la ceja izquierda le daba el aire de “hombre rudo”. Aunque era delgado, su cuerpo denotaba un buen trabajo en el gym y… Su look de rockerito-pandrositocerraba con broche de oro la imagen del chico malo y rebelde. Nada qué ver conmigo, les juro. Es más, hasta parecía de mi edad. O hasta más grande. Lo juro, lo juro, lo juro. La altura, las facciones y el cuerpo le ayudaban.
El primer día que lo vi, me llamó la atención su percha, pues nadie en el periódico se vestía de esa manera. Todos los editores y reporteros, siempre acudían a trabajar con un estilo sobrio y formal.
Recuerdo que ese día no me quitó la vista de encima. Fue una de las diseñadoras gráficas que trabajaban conmigo quien nos presentó.
“Pal, él es Gabriel. Es la persona que va a corregir los textos de tu sección”, fue lo que dijo Karla, la diseñadora, cuando nos presentó.
Gabriel siempre fue súpertímido y claro, muy respetuoso como todo mundo. Yo iba a su lugar a dejarle los textos a corregir y él regresaba a mi oficina para entregarme las correcciones.
Cuando yo no estaba en la oficina, Gabriel no perdía oportunidad y dejaba una flor, dulces o algún post-it con un piropo.
“Wow! Qué tierno que alguien así, con una imagen tan ruda, tan de carácter, sea tan tímido… ¡Ay, cuero!”, era lo que yo pensaba cada que recibía una de sus sorpresitas.
Pasó y pasó el tiempo y de repente Gabriel empezó a tomar más confianza. Me preguntaba a dónde iba a ir el fin de semana, o me decía que me veía muy guapa… En fin, comentarios. Un día se lanzó y me invitó a salir. La propuesta era ir a los “Pulques Finos” en Insurgentes. Por supuesto que no acepté. Y es que no iba aceptar salir con alguien de mi trabajo. No, no. ¡Eso no!
Amablemente decliné y todo siguió igual. El tiempo pasó y pasó. Hasta que un día recibí la oferta de un nuevo trabajo, en el mundo del periodismo de moda y belleza. Una oportunidad que yo esperaba. Aunque sentí mucha pena con el equipo del periódico que me había tratado incre, acepté la nueva propuesta. Avisé a mis jefes y a todos con anticipación (como se debe) y acordamos un tiempo para preparar a mi remplazo.
Así continué hasta que llegó el día de partir. Todos supercueros, se despidieron de mí y me desearon mucho éxito. Y claro, ese día, Gabriel fue a mi lugar y tímidamente me regalo unos chocolates Kisses de Hershey’s. Jeje. Nos despedimos y todo bien.
Justo a los 15 días de haber comenzado en la nueva empresa (igual de fabulosa que la anterior), sonó mi teléfono celular. Era Gabriel.
Charlamos un rato y antes de colgar me invitó a salir:
- Anda, por favor, el próximo viernes. Di que sí. Te invito a cenar, a tomar algo. Es más, tú eliges el lugar, Pal.
- K. Nos vemos el próximo viernes onda 8pm en La Macelleria, está en la Roma. Orizaba 127.
- Súper. Gracias, Pal. Oye, ¡no lleves carro! Yo llevo el mío. Ahí nos vemos. ¡Besos, besos!- dijo muy contento antes de colgar.
Yo no podía creer que un chico de mi edad fuera así tan tierno, tan cursi, que se emocionara como niño. En fin. Yo estaba contenta de que alguien con esa chispa me invitara a salir. Además, estaba atractivo el chico.
Pues llegó el viernes y acudí al sitio. Tacones de infarto, vestido de tirantes. Cabello liso. Toda una fashionista.
Al llegar, Gabriel ya se encontraba ahí, con una risita nerviosa… Al ver la carta, hizo una expresión de angustia.
- Pal, pide lo que quieras. Yo… Yo no voy a pedir. Compartimos de lo que tú comas. No tengo mucha hambre-, me dijo.
- Bueno, yo tampoco tengo mucha hambre, si quieres pedimos unos martinis y solo unos snacks. No sé.
- No, no. Bueno, sí, sí. ¿No venden cerveza? Si no, pide tú y yo pido un vaso de agua- me dijo. Le temblaba la voz.
- A ver, Gabriel. Vamos a pedir. Y ya después vemos. ¿Zas? – respondí desesperada. Y que yo quería cenar. ¡Rayos! Es uno de mis restaurantes favoritos para pasar una noche relax y sin poses.
Tras bebernos cada quien nuestros drinks (yo, dos whiskeys y Gabriel dos chelitas) pedí una ensalada. El chico no quiso ordenar nada. Prefirió comer todo lo que había en el canasto de pan que nos sirvieron para acompañar. Aderezó sus panecitos con mantequilla, aceite de oliva, vinagre balsámico y todas las especias que teníamos en la mesa. Todo muy extraño, realmente.
Durante la cena, me contó que era fan de The Temper Drap, que su sueño era ser escritor y que en el periódico en el que habíamos trabajado juntos era becario.
“O sea, la verdad no tengo aún el puesto. He estado como becario desde que me conoces. Como estoy apenas en la carrera de filosofía y letras, pues no puedo estar tiempo completo. Me dan una ayuda y pues, nada, así. Me estoy preparando”, me contó el alto rubio de cabellera larga y look estrafalario con el que compartí mesa esa noche.
Después de un rato de charla y risas llegó el momento de ir a casa. Muy orgulloso, Gabriel me abrió la puerta de su nave. Un AUDI TT negro.
Al ritmo de Sweet Disposition, de Science of Fear y otras rolitas de The Temper Drap hicimos el recorrido del restaurante a mi casa en menos de 25 minutos.
Una vez que llegamos, le di las gracias. De un momento a otro, el chico, quien había estado súper ameno durante el camino, cambió de repente. El miedo comenzó a apoderarse de él.
– ¿Pal? – dijo con voz temblorosa.
– ¿Sí?- respondí.
– No sé cómo irme a mi casa. Nunca había venido por aquí. No conozco y no traigo GPS. Y la verdad el carro se lo robé a mi mamá.
– OK – respondí con tono de fatiga – Sigue derecho, al final de la calle vuelta a la izquierda. Sigues derecho, derecho. Vas a pasar un semáforo. Al segundo, das vuelta a al derecha y otra vez todo derecho. Vas a encontrarte con el Circuito y ese te lleva hasta Coyoacan. Si tienes algún problema, me llamas. Gracias por todo. Bye, bye.- fue lo que dije antes de salir del auto y entrar a mi casa.
Mientras giraba la puerta de la chapa de la entrada principal de mi casa, voltee de reojo hacia el carro de Gabriel y vi que el chico lloraba dentro del carro. Tenía mucho miedo.
“Dior, ¿quién es este chico?”… pensé.
Días después, Gabriel me llamó y me confesó que tuvo dificultades para llegar a su casa, pero que lo logró. Igual me confesó que tenía 19 años y que su sueldo de becario no le permitía ir a sitios como La Macelleria… Sí, también me confesó que su mamá lo regañó por haber salido con el AUDI TT sin avisar.
“Oh my Dior!!! ¡Es un niño! ¡Es un niño”, fue lo que pensé.
Ese día por la noche, vi a mi amiga Daysi. Salimos a tomar un café a un sitio que nos encanta en Reforma 222. Al contarle toda la anécdota, Day no paró de reír.
“Wey, o sea, es un escuincle. Y lo peor, un hijo de mami que aún no se vale por sí miso. O sea, está guapo, está bueno, pero… Pal, mejor no. No salgas con él. O sea, tú tienes veintitantos, ya tienes otra visión de la vida, una carrera, un trabajo padre, vives sola y te puedes permitir comprar zapatos italianos de la firma BRUNDAGE. Puedes salir a un sitio padre, sin tener que tronarte los dedos o haciendo cuentas antes de llamar al mesero”, me dijo mi amiga.
Claro que quedé bien convencida con su discurso. Y es que, sinceramente no había sido divertido salir con alguien que casi llora por no saber cómo llegar a su casa… Ploc… Más que la edad, era esa forma de comportarse en una cita de adultos. Ploc…
Pasaron los días y el chico no dejaba de enviarme mensajitos tiernos, los cuales yo no contestaba. Bastante ocupada estaba con mi trabajo, el gym y mi vida. Sin embargo, Gabriel no dejaba de insistir.
“Ya se cansará”, me decía…
Pasaron otras dos semanas y al llegar el viernes mi amiga Daysi y yo nos organizamos para ir a uno de mis bares favoritos: El Pata Negra, ubicado en la colonia Condesa.
Justo estábamos por acordar la hora, cuando Gabriel me llamó por teléfono Era la llamada número 7 del día. No sé por qué, pero tomé la llamada.
Gabriel me insistió mucho en que saliera con él. No le importaba que yo tuviera planes con mi amiga.
– Ándale, Pal, por fas. Mira, es salir a bailar y así. Si quieres, puedes llevar a tu amiga y yo invito a uno de mis mejores amigos, Marcos – me insistía el chico rubio.
– Pero… es que tengo mi plan. Mi amiga y yo ya tenemos ese plan- era lo que yo repetía y repetía.
– ¿Por qué no vas con tu amiga y después se reúnen con nosotros en el sitio en el que estaremos. ¡Está poca madre! Y es en el Centro.
– Bueno, O.K: Dame la dirección – respondí un poco enfadada.
Al final accedí. Debo confesar que pese a su inmadurez y su edad, el chico me atraía. #ploc!
Llegó la noche y llegué al Pata Negra enfundada en un vestido blanco con escote en la espalda y caminando sobre unos tacones italianos BRUNDAGE (sí, precisamente). Mi amiga Daysi me esperaba con un Martini de litchis. #yomi
Pasamos un rato padrísimo. Llegaron más colegas periodistas que ambas conocíamos. Bromeamos, bailamos y nos tomamos otros dos martinis de litchis. Durante todo el rato, Gabriel me bombardeó con muchos mensajes. En todos me preguntaba si sí iba a llegar a The Beatles.
Como yo ya estaba algo “alegre” gracias a los tres martinis que me había bebido (y agreguemos que todo lo que había comido durante el día había sido una quesadilla de queso panela y una Coca-Cola light) la euforia y el valemadrismo comenzaban a apoderarse de mí.
“¡Ándale, Day, vamos, vamos! ¡Ehhhhh!”, le gritaba a mi amiga para quien me escuchara pese a la música que había en el Pata Negra.
– Pues ya, wey. Como dicen en una peli: si te gusta el frijol, pues vas. Vamos, pues, pero primero vamos a dejar tu carro a tu casa y ya llegamos en taxi, no vaya a ser que el niño quiera rate después de la peda – dijo mi amiga.
Y así hicimos. Fuimos a dejar el carro a casa, pedimos un taxi y llegamos al bar, enfiestadísimas. Y es que el fresco de la noche había hecho de las suyas. Traíamos el alcohol a tope.
No me lo van a creer, estilosos. Llegamos al lugar y… No, buenooo… Un sitio muy, muy particular.
“Pásenle güeritas, pásenle”, nos decía el hombre de la entrada, quien tenía la pinta de cantante de narcocorridos. Chamarrita de piel con barbas y gafas oscuras puestas. ¡De noche!
Al entrar al sitio, acabé de confirmar que no había sido muy buena la decisión de ir. Paredes grafiteadas, un grupo que tocaba canciones de Zoé con un pésimo sonido. Una mujer obesa en minifalda que corría como poseída del escenario a las puertas de la entrada (dos puertas de cantina) y de la entrada a al escenario. Cada que corría, muchos chicos la nalgueaban, otros le aplaudían, otros le chiflaban…
De repente, mi vista se desvió hacia una mesa en la que se hallaba un señor con una canasta enorme. Vendía quesos a los clientes.
“De a 20, de a 20, lleve los quesos, de a 20”, decía el señor.
Una vez que reaccioné, me acerqué a una barra que estaba ¡junto a los baños! Pregunté al bar tender, el cual se hallaba sirviendo los drinks, en vasos de plástico transparentes, si podían asignarnos una mesa.
– No, güera. Aquí es de ponerse listos y agarrar los lugares que se vayan desocupando.
Yo quería llorar… Justo iba a decirle a Daysi que nos fuéramos del sitio, cuando vi un rostro conocido que levantaba la mano haciéndome señas.
– Pal, Pal. Aquí estamos- era Gabriel, quien sonreía a lo lejos y me señalaba que era poseedor de una mesa. Me sentí salvada.
Tomé a mi amiga de un brazo y caminé entre toda la gente (el sitio estaba a reventar) hasta llegar a la mesa de Gabriel y su amigo Marcos. Después de hacer las presentaciones obligadas, Marcos, Gabriel, Daysi y yo decidimos tomar un Jack Daniel’s. Gabriel, “el corrector” (que era como Daysi lo llamaba debido al trabajo que desempeñaba) se propuso para ir a buscar los tragos, los cuales costaban 17 pesos cada uno.
No tardó ni 5 minutos y regresó con una charola con 4 whiskeys y un plato de chicharrones de harina bañados en salsa Valentina.
- ¿Sí o no la onda? Aquí es todavía mejor que Los Pulques Finos. Coman, coman, que no les de pena – Decía Gabriel.
“Suave, suave, suavecito, quiero llegar a tu corazón… Suave, suave, suavecito”, la voz de Laura León sonaba a todo lo que daba. Todos comenzamos a bailar y a reír. No dejábamos de pedir drinks… Les confieso, estilosos, que me estaba divirtiendo mucho… #ploc…
Después de bailar un repertorio de música de todo tipo, salí a tomar aire con Gabriel, quien al fin se atrevió a darme un beso todo tierno. Eran casi las 5:20 am. Mi vestido tenía una mancha de salsa Valentina y yo portaba un vaso de plástico con una bebida que según el mesero, era un Martini :S #ploc. En la misma jardinera en la que estábamos, se hallaba el vendedor de quesos, quien vendía a los que salían del lugar y querían bajarse la borrachera, pero ¡no encontraban ni un puestito de hot dogs! “De a 20, de a 20, lleve los quesos, de a 20”…
Gabriel volvió a besarme y yo le correspondí de nuevo. Ahora sí que como Carrie Bradshaw. La estaba pasando muy bien. Todo era tierno y mágico. Tras la sesión de besos, decidí entrar por mis cosas y decir a Daysi que nos fuéramos, pues ya era tardísimo.
Cuando volví a entrar… Ploc!!! Horror!!! No sé si era porque ya se me había bajado la borrachera, peroooo… Ay, Dios. El sitio se veía aún más feo que al principio. Puse aún más atención al hecho de ver un bar pegadito justo a los baños, había colillas de cigarro tiradas por todas partes, olía sudor, olía a mariguana de la más verde, olía a cola… Los hombres seguían piropeándome con frases del estilo de Alfonso Zayas ¡Horror! ¿Qué hacía yo ahí? Neta, neta, el escenario era peor que el de las películas de Alfonso Zayas y El Caballo…
Justo pensaba en eso cuando… Pummmm!!! Hubo un apagón.
“Ahhhhhhhh!!!”, “¡ahhhhhhhh!”, “ahhhhhhhh!!!”… Los gritos de relajo, de nervios, de borrachos, no se hicieron esperar. En ese momento agradecí mucho haber traído conmigo durante todo el tiempo mi pequeño bolso clutch.
La luz no tardó en regresar. Si acaso duramos a oscuras dos minutos.
-Day, ya vámonos- dije a mi amiga.
– Pal, no está mi bolsa. Alguien se la llevó. Afortunadamente traigo mi dinero en la bolsa de mi pantalón y he traído mi celular en la mano, pero mi bolsa con mis llaves y mis credenciales. ¡No está mi bolsa.
– Oh my Dior! ¡Mi celular! Dejé mi celular dentro de mi chamarra y dejé mi chamarra en la silla – respondí mientras tomaba mi chamarra… Al vaciar los bolsillos constataba que mi iPhone había desaparecido.
Tanto Daysi como yo buscábamos como locas nuestras pertenencias, al tiempo que la gente salía del lugar. Eran casi las 6am. Gabriel preguntaba a la gente que quedaba si habían visto un iPhone 4 (en ese entonces) y un bolso de mano rojo (el bolso de mi amiga). Obvio que nadie daba una respuesta afirmativa.
Llegó el momento en el que solo quedaban 3 señores barriendo y recogiendo vasos tirados. Marcos, el corrector, Daysi y yo éramos los únicos dentro del antro, tugurio o ¡no sé cómo llamarle!
Mi amiga me marcó a mi celular, el cual comenzó a sonar.
– Escuchen, escuchen, está sonando – dijo Daysi- y suena cerca del señor de la camisita negra y la escoba vieja color verde.
El señor se quedó sin habla y corrió al baño, ¡con todo y escoba! Regresó en menos de dos minutos y siguió barriendo.
Daysi volvió a marcar a mi número de celular, el cual ya no sonaba. Yo estaba que me cargaba el payaso de coraje.
-Perdón, perdón, Pal. Perdón por invitarlas aquí-, decía Gabriel quien no paraba de llorar. No sé si a causa de la peda o porque realmente se sentía mal por lo que acababa de ocurrir.
– No te preocupes. Pues ya. Así pasan cosas, a veces – respondí tratando de controlarme. Yo quería llorar de enojo, de tristeza, de haber caído en un lugar así y acabar bailando Suavecito, Suavecito, tomando whiskey en vaso de plástico, con manchas de chicharrones con salsa Valentina ensobre mi vestido blanco, sin celular y con mucha vergüenza.
Daysi marcó para pedir un taxi, el cual llegó rapidísimo.
Al salir del sitio, Gabriel y su amigo nos siguieron.
– ¿Nos pueden llevar? – dijo Marcos.
– No, no podemos llevarlos, pero tú sí puedes pagarle al señor taxista.
Tanto Gabriel como Marcos sacaron dinero de sus bolsillos. Apenas si reunieron 200 y tantos pesos, que le entregaron al taxista, quien los tomó inmediatamente (yo pienso que algo ocurría).
Una vez que Daysi y yo subimos al taxi, Marcos se disponía a emularnos.
– Ellos no, señor – dije. Y cerré la puerta sin dejarlos entrar.
El taxi se arrancó y nos dejó a Daysi y a mí en mi casa, donde dormimos un largo rato después de que cada una tomó una ducha.
Esa tarde, Daysi contrató a un cerrajero para poder entrar a su casa, yo fui a Telcel a comprar otro teléfono… Pffff…
…Por la noche, fuimos a una reunión con colegas de trabajo, donde la pasamos muy bien, cenamos un rico corte de carne y un buen vino… Y claro, donde contamos la anécdota de la noche anterior.
Claro que Gabriel no dejó de enviar mensajes ni de llamar… Duró días y semanas y meses… ¡Hasta que lo bloquee de mi celular! Así como bloqueo el acceso a todo chico que luce bien rudo y rebelde. Cada que se me acerca alguien con ese tipo de look, les juro que me viene a la mente, como en una película, el bar The Beatles, la señora corriendo en minifalda, la música de Laura León, los chicharrones servidos en platos taqueros y el olor a humanidad… Ploc! Y claro, ¡huyooo!…
… No niego que es divertido besarse con chicos menores, pero lo que no es divertido es acabar en sitios que no frecuentaste ni cuando ibas en la prepa… Pero si no fuera por esos pasajes de mi vida, no habría Confesiones en Tacones de este tipo… A ustedes, chicas… ¿Les ha ocurrido algo similar? Cuéntenme. ¡Les envío muchos besos y cerezas! Muack!