Dicen que de la vista nace el amor. Para prueba los zapatos color melón que compré hace unos días. Desde que los vi en el escaparate, me volvieron loquita, loquita. Me los medí y comprobé que mis pies se sintieron increíbles dentro de ese par de dulcecitos color melocotón. Cuando caminé… Ufff… De lujo!!! En serio, me enamoré de ellos y me los llevé a casa. Puede ser que no sean a gusto de todo el mundo. Pero, van perfectos conmigo. Me hacen sentir bien, fashion, especial.
“¿Y con qué los vasa combinar? Nunca te he visto vestida de color melón”, fue lo que me dijo una de mis amigas cuando le mostré mis nuevos ‘dulcecitos’.
“Buenoooo, pues con un vestido negro, blanco… Con un outfit que contraste. Los contrastes son lo mejor”, dije. Y de hecho, así fue. El día que usé esas linduras, fue con un vestido negro. Una combinación de la que me sentí orgullosa.
No ocurrió lo mismo con un par de zapatos que compré hace tiempo porque me encantó. Un par de sandalias con tacón de aguja con las que caminar es una proeza. Les juro… Son unas botas hermosas, de 16 cms. de altura y que llaman la atención y son la envidia de toda fashionista… Pero que no son para mí… Pues lejos de hacer una entrada espectacular al sitio al que llego cuando las uso, lo que hago es un ridículo enorme, pues me cuesta trabajo caminar. Sí, chicas, lo juro, camino como pollito astillado. Oh my Dior!!! Y siempre acabo acentuándolos y caminando descalza… yes, a pies desnudos por las calles de París.
En cambio, mis zapatos color melón, también con tacón de aguja de 7cms de altura, superfashionistas y femeninos, son para mí la onda de las ondas. Al usarlos me siento bien, a gusto, camino cual modelo en pasarela. Muy orgullosa y muy a gusto de mi elección. Es uno de los pares de zapatos con los que me llevo incre… Son ideales para mí. ¡ME TRATAN BIEN! Los zapatos que me maltratan… Estarán geniales, pero… Sinceramente, los acabo gaurdando en un cajón… Ploc!
Ustedes se han de preguntar que por qué les hablo de zapatos y tacones y colores…. Que por qué hablo de sentirse a gusto, de sentirse mal, de sentirse orgullosa… Bien, para los que ya me conocen, no es novedad que los zapatos son una de mis grandes pasiones, más si se trata de tacones… Y para los que no lo sabían, pues se están enterando.
Y siendo de mis grandes placeres y pasiones como fashionista, creo que no les sonará raro si les cuento que hace poco comparé la historia de mis zapatos con el hombre perfecto.
Lamento decirles, queridas, que a diferencia de los tacones perfectos, el hombre perfecto no existe… Ploc! Todos los hombres tienen defectos, manías y cosas biennnn raritas (igual que nosotras las mujeres). Claro que todos los hombres también tienen hermosas cualidades.
Hay los que se caen de buenotes. Sí, esos hombres atléticos, poseedores de nalgas perfectas, ojos hermosos y espaldas dignas de campeonato de natación.
Hay quienes además de estar buenotes y guapos, son buenísimos en la profesión que ejercen.
Les juro: hay muchísimos tan atractivos como el guapo Christian Grey, como Brad Pitt, como George Clooney… Hay hombres tan increíbles con las letras como lo fue Gabriel García Márquez, o tan buenos para contar historias como Xavier Velasco… ‘Hay de todo en la viña del señor’, dice el famoso dicho.
Sin embargo, nada nos garantiza que el hombre más guapo, que el hombre de mirar verde o azul, que el hombre más rico, que el más inteligente que el más nalgón, que el barbado, rubio y exitoso, que el hombre que nos vendieron nuestras amigas, nuestras madres y nuestra sociedad sea el príncipe azul… No, señoritas.
El hecho de que un hombre sea perfecto físicamente, que tenga sangre extranjera o una cuenta bancaria en cada país, no garantiza que es el que nos va a hacer felices. El príncipe azul no es precisamente aquel de ojos azules y chequera dorada en el bolsillo –claro que hay excepciones, claro que las hay-, el príncipe azul debe ser como un hermoso espejo.
“¿Por qué como un espejo?” Ustedes me preguntarán. Porque para mí, el hombre ideal es aquel que cuando nos paramos frente a él y lo miramos a los ojos, vemos nuestro reflejo. Y ese reflejo, es el de una princesa. Sí, chicas, el príncipe azul es aquel hombre que es capaz de hacernos sentir princesas.
El príncipe azul es el que respeta nuestras decisiones y nuestras horas de trabajo, nuestros sueños, el que hace equipo con nosotras, el que se siente orgulloso de quienes somos, es aquel hombre que nos admira, es aquel hombre que nos acompaña en nuestras locuras… Es aquel que nos apoya en nuestro crecimiento profesional, es aquel que planea un fin de semana espectacular para conquistarnos. Es aquel que se truena los dedos de nervios por saber si nos gustaron las ROSAS ROJAS que nos envió, es aquel que nos invita a un restaurante increíble en la primera cita (aunque nosotras lo podamos pagar). Es el que está dispuesto a que una relación SEA SERIA Y CON COMPROMISO. El que espera el momento ideal para besarnos, el que no nos presiona, el que pese a que sabe que el mundo ha cambiado y que las mujeres de ahora somos independientes y competencia profesional, en una relación nos siguen tratando como lo que somos: una princesas.
No sé si sueno muy rosa, chicas, pero les confieso que es mi forma de pensar. Tal vez eso tiene que ver porque fue mi padre, un hombre muy correcto, quien que me crió. Me enseñó que debo ser autónoma e independiente, que no debo entregar nunca mi corazón al primer pendejo que pase y que el hecho de ser independiente y profesional, no me quita el privilegio de dejar que me conquisten y que me den mi lugar como mujer.
¿Por qué todas estas líneas? Ahí les va la confesión… Y agárrense o preparen los bolsos o los tomates para aventar… Pero me indigna, me enchila, me enoja, me encabrona, ver a muchas mujeres inteligentes que de un momento a otro no sé qué les pasa y ocupan su tiempo en llorar por tipos que nunca dieron una muestra de cariño por ellas. Me duele ver cómo se desgastan por conservan a alguien que NO ES EL INDICADO.
Fue lo que le ocurrió a una amiga a la que aprecio mucho y con la que convivo desde que tengo 15 años. Aquí le voy a llamar Alejandra… Alejandra trabajó conmigo hace muchos años. Tenía ganas de sobresalir, de ser una excelente redactora o bien, comunicóloga. Todo iba bien, hasta que conoció a un tipo que según ella se caía de bueno. Y aparte, alemán y de ojo azul. Nombreee…
Para no hacerles el cuento largo, fue mi amiga quien lo invitó a salir, fue quien pagó los tequilas las tres primeras veces que salieron y la que puso la lana para el fin de semana que se fueron a pasar a Valle de Bravo. Claro que fue ella la que puso el coche y la gasolina para llegar al sitio en el que los esperaba un hotel spa y alberquita rica.
“Ay, amiga, es que está bien guapo. O sea, alemán. Exitoso. Ya con el permiso para trabajar aquí en México… Aparte se ve que ha sufrido. Me contó que no logra integrarse bien con los mexicanos. Le tienen envidia porque tiene un puestazo… Ay, es di–vi–nooo. Ya me llegó, ya me llegó el amor”, me dijo mi amiga cuando regresó de Valle muy contenta y media preocupada por todos los tarjetazos que había dado con su Bancomer Premium. #ploc!
Dos semanas después de su romántico fin de semana en Valle, mi amiga Ale no tenía noticias del dichoso alemán… Se esfumó. El tipo no contestaba llamadas, el portero del edificio en el que vivía no sabía nada de él… Solo que salía muy temprano y llegaba ya muy noche. El tipo había desaparecido cual Robin.
“Bueno, ¿sabes qué nena? Me voy a esperar. Yo creo que le dio miedo. Digo, ya ver algo tan cercano, un fin de semana. Y como ha sufrido mucho en el pasado con las mujeres, pues yo creo, fíjate, que él tiene miedo. Miedo de ver que hay una mujer que es seria, que quiere bien todo. Sí, tiene eso, miedo. Miedo de rencontrarse con sus fantasmas y hacerme sentir mal. Me voy a esperar”, me dijo mi amiga.
Pasaron tres largas semanas y le pregunté a Ale qué onda con el galán de cuento de hadas.
“Ay, amiga, pues no me ha hablado. Yo pienso que lo voy a ir a buscar, para mostrarle que no tiene por qué tener miedo”… Ploc.
Los días pasaron. Y pasaron. Y pasaron. Fueron cinco días sin noticias de Ale. Mi jefe de aquel entonces (año 2005), estaba enojadísimo. Cuando Ale volvió (con la noticia de que ya había localizado al susodicho) mi jefe la envió derechito a Recursos Humanos… A firmar su penalización. Claro que no la despidieron, pues ella era una persona muy responsable, pero sí recibió una penalización y una amenaza de que a la siguiente firmaría su liquidación.
Sin embargo a ella no le interesaba. Su nuevo objetivo no era avanzar en el ámbito laboral, sino en su conquista. Sí, Ale se consagró a ese chico alemán. El reto de la vida de mi amiga se volvió conquistarlo. Cuatro meses después mi ahora excompañera se embarazó y un par de meses más tarde, tras varias amenazas del padre de mi amiga, el alemán y ella anunciaron su boda.
Ale dejó de trabajar para ocuparse de su marido y del bebé, Román. Sin embargo, las cosas fueron de mal en peor. El cuento de hadas con el que ella soñaba se convirtió en una historia de terror. Mi amiga no volvió a trabajar, ni a estudiar y consagró su vida a ser la sirvienta del tipo.
Sí, mi amiga comenzó a marchitarse. Subió muchos, muchos kilos, se la pasaba depre, sus ganas de titularse se habían ido por el retrete, los antros y el shopping eran sitios que no formaban parte de su vocabulario… Mi amiga dejó su vida propia de lado… Ploc!
Hace una semana me llamó Fue entonces cuando me dio detalles de 10 años que pasó siendo infeliz.
“Pal, me di cuenta que tienes razón, no debemos aferrarnos a alguien que no da señales. Todo acabó mal. Hace dos años que estoy divorciada y que estoy depre. El lunes comienzo a trabajar, espero que eso me ayude. Ya me cayó el 20. Voy a dedicarme a mí y a dejar de buscar el amor. Estoy joven y puedo recuperar muchas cosas. No voy a buscar nada. Y si alguien llega, me voy a dejar conquistar, como siempre me has sugerido”, me dijo antes de preguntarme todos los detalles sobre mi estancia en Francia.
Creo que por fin Ale comprendió que el amor no se busca. Y que es muy triste e incómodo forzar a alguien a quedarse, cuando se muere por estar en otro sitio.
Sé que nos morimos por mostrar que somos exitosas, independientes y bien chingonas, que nos morimos por mostrar que también podemos llevarnos a un pelado a la cama, pero por favor, no nos equivoquemos. El hecho de ser bien chingonas no quiere decir que vamos a hacer ‘servicio’ social y vamos a andar brincando en la cama del primer pelado que nos hable bonito.
El hecho de que seamos exitosas profesionalmente, independientes, guapas, buenotas, solteras, fabulosas y que estemos en 2021, no quiere decir que vamos adejarnos ir cual gorda en tobogán cuando un chico nos hace ojitos. No, chicas. ¡Calma! Ser exitosas y civilizadas es sinónimo de querernos y valorarnos.
Estamos para exigir y reclamar lo mejor para nosotras. Estamos para dejarlos a ellos que hagan su rol y que nos conquisten. Debemos guardar nuestros corazones para cuando lo bueno llegue. Y entonces sí, comenzar a dar, pero en la medida en que recibamos.
Y lo más importante, ninguna relación sana, ninguna hermosa conquista va a alejarnos jamás de nuestras metas y pasiones profesionales, ni nos va a llevar rumbo al caos. Al contrario, una conquista linda nos va a llevar a sitios inimaginables y nos va a embellecer como las princesas que somos. Solo hay que saber elegir y no esperar nada.
Como siempre les digo: dejemos que en los temas del amor, sea la casualidad la que nos sorprenda. Y les juro, les firmo, que ese príncipe va a llegar y será tan perfecto por dentro y por fuera, como unos tacones de ensueño. ¡Besos y cerezas! 🍒🍒
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