“Y un viejo me invita, ‘chica ven a verme’… Y le digo no me caen los viejos raaaabos verdes”…¿Quién no recuerda la canción de Selena? Sí, ‘El chico del apartamento 512’. Sí, chicos. Esa rolita en la que la desaparecida artista contaba que estaba enamoradísima de su vecino, y en la que también cuenta de otros vecinos que la seguían por el edificio, entre ellos, un viejito verde.
¡Ay!, esos viejitos verdes. Digooo, no es por tirarles mala onda, pero… De que los hay, ¡los hay! ¿Si o no que sí? No sé ustedes, pero a mí me han tocado dos que tres señores ya grandes con mentalidad de adolescente que tratan de conquistar chicas… Y bueno… En ocasiones, sus almas no son de adolescentes. Sino que tienen un alma más negra que mis botas nuevas de rock star.
Confieso que hace unos años –hace seis años para ser exacta- me tocó conocer a uno, al cual al día de hoy, mis amigos cercanos y yo lo recordamos como “El viejito de alma negra”.¡Qué papelón! Pero, chicos, creo que la historia del “viejito de alma negra” merece ser contada, pues fue realmente un episodio fuerte, de terror, embarazoso, ¡de miedo! Pero a la vez (ahora que lo recuerdo) chusco y divertido.
Bien, les cuento:
Hace unos años, además de mi trabajo como periodista en un afamado diario, trabajada como free lance –lo cual nunca he dejado de hacer, me encanta- para una que otra revista de soft news y para una pequeña, pero muy profesional agencia de fotografía publicitaría especializada en temas de moda.
En esa pequeñita y mona agencia de publi también trabajaba como free lance un fotógrafo muy famoso y al cual mi directora creativa de ese entonces, llamaba en ocasiones para que me acompañara a algún evento o coctel, pues la agencia tenía su sitio de Internet en el que se publicaban pequeños artículos sobre el trabajo que se realizaba en la agencia, así como las reuniones y fiestas a las que acudíamos los redactores creativos y diseñadores. También llegábamos a hacer reportajes sobre temas específicos, pues uno de los proyectos que la dueña tenía a futuro era el de crear una revista.
Bien, pues la función del fotógrafo, a quien llamaré “Rolando” era la de tomar las mejores fotos para acompañar mis artículos para el sitio de la agencia.
Puedo decir que Rolando era (y es) un fotógrafo de lujo. Sus excelentes fotos y exposiciones le han dado una fama a escala internacional. Premios, nombramientos, autobiografías, publicadas, todo eso tenía Rolando.Les juro. Y es que realmente es una persona muy reconocida por su talento y trayectoria.
El día que lo conocí me cayó sueperbien. Tan amable, educado, ‘indefenso’… Era como un abuelo de cuento de hadas. Sí, de esos señores tiernos que cuentan historias a sus nietos a la hora de ir a la cama. No, no, no. Un pan de Dior!
“¡Hola, Paloma!, qué linda estás. Ay, que chica tan bonita”, me decía cada que nos encontrábamos en la agencia decorada al puro estilo vintage. Ya fuera para salir a algún evento o para entregar nuestros respectivos recibos de honorarios.
Además de tomar las fotos, siempre al terminar los eventos pasábamos a tomar algo a la cafetería de la pequeña agencia, mientras veíamos juntos el material para elegir las mejores fotos, mismas que me daba en una llave USB. Si no, ambos íbamos juntos a ver a nuestra jefa para descargar el material en alguna de las computadoras disponibles y elegir junto con ella lo más adecuado para la empresa.
Sinceramente, la relación entre Rolando y yo era una relación de trabajo, afable, como de abuelo postizo buena onda y nieta, de reportara joven y señor de respeto… ¿Qué les puedo decir? Todo normal. Excepto por un pequeño detalle. Siempre que nos tocaba trabajar juntos, Rolando no desaprovechaba la ocasión para ofrecerse a hacerme un book de fotos:
“Hey, Palomaaaaa, guapa, guapis. ¿Cuándo vamos a hacer unas fotos? Estás muy bonita. Déjate hacer unas fotos. Te puedo hacerte un shootingy un bookde fotos muy bueno, lo tienes todo”, me decía.
“Gracias, Rolando. Pues ya veremos. Un día que los dos tengamos tiempo, pues ambos andamos corriendo siempre”, era mi respuesta.
“Sí, pero en serio. Mira que estás preciosa. Te puedo hacer unas fotos muy, muy, muy bellas, muy lindas. Es que tú estás muy linda”, insistía.
“O.K. Ya veremos”, decía para dar por terminada la conversación.
Sinceramente, nunca percibí una mala intención ni en las palabras, ni en las acciones de Rolando. Jamás.
Un buen día, un amigo periodista de política a quien considero mi mejor amigo y uno de mis grandes maestros, me llamó para tomar un café. Él estaba muy estresado a causa de una investigación y quería contarme un poco. A este amigo, le llamaremos Juan Ortíz.
Mi amigo y yo nos dimos cita en el café Non Solo Pasta de la avenida Álvaro Obregón en la colonia Roma (ay, uno de mis sitios consentidos) para charlar de nuestros trabajos y de su investigación. Y claro, para chismear y echar relajo. Ni modo que para rezar o solo para hablar de chamba. ¡¡¡Digoooo!!!, los periodistas también somos humanos y también echamos relajo.
– Oye, Pal. Supe que Rolando Cueto también ‘freelancea’para la agencia de publicidad de Jess. ¡Ese señor está cabrónnn! Gana muy bien con sus exposiciones y en los periódicos para los que trabaja. Y también le hace a la publicidad. Sin duda le gusta su trabajo – dijo Omar mientras levantaba la mano para indicar al mesero que llevábamos casi 10 minutos en espera de los martinis que habíamos pedido.
– Ya sé. Es un buenazo ese señor. A mí me encantan sus fotos. Son la onda. Hicimos juntos una campaña para una marca de bolsos mexicanos y no inventes, las fotos de las modelos quedaron increíbles – respondí a mi amigo, mientras yo también levantaba mi brazo derecho para hacer señas al mesero. Moría por tener mi drink en la mano.
– Sí. Es un buenazo. Perooo… No inventes, como persona es medio peligroso. Fíjate que el otro día estaba en un evento de un diputado. Un desayuno, específicamente. Y pues, Rolando era el fotógrafo que me acompañaba. No sé si sepas, pero trabaja en el mismo diario que yo.
– Sí, estoy enterada – respondí con voz de emoción. Los martinis habían llegado. – Bueno, pero antes de seguir, pues salud, ¿no? Por el placer de vernos amigo chulo.
Acto seguido, mi amigo y yo brindamos y comenzamos a beber nuestros respectivos drinks.
– Bueno, pues no inventes. Me dio una pena ese día del evento – continuó Juan.
– ¿Pena? ¿Por qué, amigo? – dije.
– Es que no sabes. Este señor, Rolando, llegó como que crudo o borrachales al desayuno. Y total que cuando empezaron a servir y la conferencia del diputado estaba en pleno apogeo, el wey de Rolando metiendo la cámara por debajo de la mesa y tomándole fotos a las piernas de la chica encargada de relaciones públicas. Mucha gente se dio cuenta.Se veía que la chica estaba superincómoda. Total que Rolando tomó sus fotos de piernas, una que otra del diputado y se salió a media conferencia. Así, sin más. Yo estaba muy avergonzado, fui y me disculpé con la chica de relaciones públicas. Ella habló conmigo y me dejó muy en claro su molestia. Ay, Pal, cuídate mucho. Ese wey es un morboso.
– ¡Chanclas! – respondí – O sea, me extraña. Se ve todo bueno, todo así, como un señor que va al parque con sus nietos. Además, lo he visto con su pareja, una escritora muy respetada.
– Ya sé, Pal… Pero, caras vemos… Mañas no sabemos, cuídate.
– Obvio, – dije -, de todos modos conmigo nunca se ha pasado de listo. Siempre me dice que me quiere tomar unas fotos y que un booky blablablá, pero de ahí no pasa.
Juan y yo cambiamos de conversación. Del chisme de Rolando pasamos al tema de su reportaje, a una preocupación que yo tenía sobre un artículo mío. Otros amigos fueron llegando poco a poco y Rolando quedó olvidado n esa reunión de periodistas y martinis.
Unas siete semanas después, la directora creativa y dueña de la pequeña agencia de publicidad para la que freelanceaba, me llamó para pedirme que participara con la cobertura y artículo de un cóctel que se llevaría a cabo para anunciar la nueva colección de verano de una famosa tienda de ropa. Rolando fue el fotógrafo asignado para acompañarme al evento. Igual que siempre: muy correcto, profesional, atento, caballeroso. Neta, un señor de respeto muy profesional.
Claro que, como siempre, insistió para hacerme un shooting de fotos. En esa ocasión, las fotos y el artículo los teníamos que enviar a velocidad de la luz, así que tuvimos que acudir a su casa… Chan chan chan chan…
Pero, todo normal. Rolando, muy atento, me hizo pasar a su departamento. Un verdadero museo de fotografías. Reconocidos políticos, escritores de la talla de Emilio Pacheco, periodistas famosos, guerrilleros, caricaturistas, ex presidentes, actrices, actores… No, bueno. Un mundo de celebridades en imágenes. El departamento, ubicado en la colonia Polanco, era una maravilla. Puedo decir que es el depa que todo fotógrafo o artista quisiera tener.
Si perder más que un minuto para tomar un vaso de soda, Rolando y yo comenzamos a trabajar. Yo escribí el artículo a velocidad de la luz y después, ambos elegimos las fotos y enviamos. Elena, novia, estuvo un rato ahí de visita y después se despidió, pues tenía un compromiso.
Al terminar nuestro trabajo, Rolando me insistió en invitarme a cenar. No una, sino unas diez veces. Insistió e insistió, e insistió. Yo, le agradecí muchísimo pero no acepté.
“Tengo que ver a mi novio. Quedé de cenar con él. Pero, muchas gracias, Rolando”.
Fue casi una proeza salir del departamento, pues Rolando me retenía. A cada paso que daba para dirigirme a la puerta, el célebre fotógrafo me mostraba una foto o un cuadro… No, bueno. Tardé casi una hora en llegar a la puerta y poder correr al estacionamiento. Ploc!
Unos días después, la dueña de la agencia, Jess, convocó a junta a todos los colaboradores. La cita era para decirnos que había ciertos problemas económicos y que nuestros pagos se retrasarían, pero que en cuanto todo estuviera bien, seguiríamos trabajando como siempre.
Muchos rumores siguieron a esa reunión. Algunos colegas decían que la agencia estaba a punto de cerrar. Otros decían que nunca nos iba a pagar. Otros que mejor nos olvidáramos de ese lugar… En fin, ya saben, “radio pasillo”… Típico.
Personalmente yo estaba muy triste, pues si hay algo que me define es que mi trabajo lo hago con mucha pasión y que cuando estoy en una empresa, estoy más que comprometida. Me caso con la empresa. Sea freelance o colaboradora de tiempo completo.
Aunque tenía mi trabajo en un diario y colaboraciones en otras revistas, la idea de que la agencia estuviera en problemas me hacía triste. Un día, estando en la cafetería expresé mi tristeza delante de Rolando, quien también estaba ahí para entregar material fotográfico.
Con palabras dignas de su experiencia, trató de calmarme. Luego nos despedimos.
Cabe señalar, chic@s, que yo era varios años más joven que ahora, y por tanto más ingenua. Confiaba en todo mundo.
Pasaron unos días y justo un sábado, en el que yo me encontraba en un cafecito de Polanco con mi hermana, Dalila, y su novio, Javi (quien además de ser mi cuñis favorito es un gran amigo).
Los tres nos tomábamos un cappuccino delicioso cuando mi celular comenzó a sonar. Se trataba de Rolando, el fotógrafo.
– ¿Hola? – contesté.
– ¡Paloma, Paloma, la agencia está en peligro! Yo sé que tú le tienes mucho cariño a la agencia. Tenemos que salvarla. Jessi Cuevas, la directora me dijo que te llamara, tenemos que crear un reportaje que genere boom. Es muy importante, por favor, tenemos que salvar la agencia! ¡La tenemos que salvar!
No sé cómo pudo respirar mientras dijo todo su speach, pero Rolando lo había logrado. Para cuando terminó, yo estaba angustiada y me sentía con la responsabilidad de ‘salvar’ la agencia, la cual, hacía algunos días, Jess nos había dicho que se hallaba en peligro. Por un momento, Paloma López sintió que se podía convertir en SuperPal, la salvadora de la agencia, la mujer que con su fotógrafo estrella apoyaría para salvar a la agencia de la ruina. Mis ojos se iluminaron.
– Rolando, dime, please. ¿Qué tengo que hacer? De verdad, yo encantada. Yo ayudo, pero, ¿hoy sábado? Según yo no hay ni eventos agendados para este fin y precisamente por eso ando de vaga! – dije.
– Paloma, créeme, es muy importante. Jess me pidió personalmente que te pidiera ayuda. Tenemos que hacer un reportaje de noches de parejas swingers.
Casi se me sale e corazón cuando escuché eso.
– ¿Qué? O sea, perdón, pero la agencia trata temas de moda y algunos de belleza. ¿Parejas y noches swingers? ¿Por qué? ¿Por qué Jess querría un reportaje de ese tipo? – dije contrariada.
– Paloma, escúchame, hazme caso. La agencia quiere cambiar de giro porque va a quebrar. Jees me lo confió. Necesitamos hacer ese reportaje. Te espero en mi casa.
Track! Rolando colgó el teléfono.
Pal, piensa, piensa. Piensa qué hacer… Piensa, piensa, piensa…
Tomé mi teléfono celular y marqué a casa de mi madre biológica.
– ¿Ma? – dije cuando escuché la voz familiar.
Una vez de explicar lo que ocurría y recibir un regaño… Ploc! Mi mamá me pidió que por nada del mundo fuera a hacer un reportaje de parejas Swingers.
– Bueno, ¿y qué le digo a este señor?
– No sé, Palomita. Dile que es mi cumpleaños y que tienes que venir a visitarme. No sé, algo así. Y marca a la directora de la agencia para ver si es verdad todo lo que dice el fotógrafo.
Seguí el consejo de mi mamá y marqué a Jess…
“Buzón Telcel, la llamada se cobrará al terminar los tonos siguientes”…
– Puta madre – dije en voz alta. Para esto, mi hermana y mi cuñado, con quienes estaba en el café de Polanquito en el que me hallaba, ya también estaban estresados e insistían en que tirara de a loco ‘al viejito de cuento de hadas’ y cuando hablara con Jess aclarara bien.
– Pal, en esa agencia eres freelance. Tú tienes un trabajo fijo. No puedes ir a salvar una empresa cuando la jefa no te lo pidió. Ese señor está mintiendo – fue lo que dijo Javi, mi cuñado.
– Pero, Javiii… Rolando es un señor famoso, lo sabemos. Es un fotoperiodista serio. No creo que se vaya a quemar con unas mentiras de ese tipo.
– Pal, no sabemos, pero de todos modos, mejor llámale y dile lo que te aconsejó tu mamá, que no puedes hoy, porque es el cumple de tu ma y que mejor esperen a hablar con Jess- intervino mi hermana, quien ya había dado aviso a su esposa y a mi papá, ambos estaban estresadísimos y no dejaban de marcarme al celular.
– Bueno, o.k. – dije al fin.
Tomé mi celuar y marqué a Rolando. Igual que pasó con Jess, me envió a buzón. En ese caso no lo lamenté, más bien agradecí a Dior y a Dios que el fotógrafo no haya respondido. Dejé un mensaje, avisando que era el cumplaños de mi mamá y que lo mejor sería dejar el reportaje “salvador” para después.
A los 5 minutos sonó mi celular. Era Rolando.
“Paloma, tenemos que salvar a la agencia. Escúchame bien. Es una orden de Jess. Tenemos que salvar a la agencia. Te espero en mi casa para ir a hacer ese reportaje, la agencia depende de nosotros. Jess te necesita. ¡Felicitaciones a tu madre!”… Colgó… #Ploc!!!
El pánico me invadió. Me sentí intimidada, comprometida, mal, muy mal.
– Chicos, sí voy a ir. ¿Me acompañan o qué onda? – fue lo que pude decir a mi hermana y a mi cuñis, quienes una vez más trataron de convencerme de que todo era un capricho del fotógrafo.
Como buena hermana y buen cuñado, Dalila y Javi me llevaron hasta la casa de Rolando, quien nos recibió vestido en traje gris Hugo Boss, perfumado, enjoyado… Todo un integrante de la serie de televisión neoyorkina Mad Men… O.. ¿Infames? ¿O de una telenovela que trata el tema del narco? No sé. Pero, sinceramente, su ‘outfit’era ‘too much’para ir a hacer un reportaje.
Rolando se veía molesto. Y es que no le agradó nada ver a mi hermana y a mi cuñado parados en su puerta, quien para acabarla de amolar también trabajaba en el mismo periódico que él como director de arte, y que diferencia mía, no le tenía muy buena fe a Rolando.
Después de que se le pasó el coraje, Rolando nos invitó a pasar a su apartamento.
Enfundada en un vestido bicolor y tacones de infarto en color negro, con el corazón latiendo a mil, entré al apartamento. Claro que mi hermana Dalila y Javi, entraron conmigo.
Rolando nos ofreció una copa de vino tinto, la cual nos bebimos como si fuera Boing.
Mientars los chicos y yo bebíamos, Rolando se acomodaba su traje, desanudaba y anudaba su corbata Hugo Boss y posaba frente a un enorme espejo que se hallaba en su sala. Una vez que terminó de arreglarse y de rociarse chorros de perfume Polo, nos dijo que la hora de partir había llegado.
– ¿Pero a dónde vamos a ir? – pregunté.
– Ya lo verán, chicos, – respondió.
Salimos del apartamento y legamos al estacionamiento del edificio. Javi nos abrió la puerta de su auto a Dalila y a mí. Acto seguido, nos hizo el ademán adecuado para indicarnos que podíamos entrar al auto.
– No, no. Palomita viene conmigo. Ustedes nos siguen, jóvenes – dijo Rolando, dirigiéndose a mi hermana y mi cuñado, mientras me tomaba por el brazo derecho.
Todos nos quedamos helados. Con cara de “Ya ni modo”. Y… Sí, caminé en dirección al AUDI TT de Rolando. Subí al auto. Claro que antes hice una seña a mi hermana y a mi cuñado para que nos siguieran. Una vz que subí al auto vi que mi iPhone marcaba que solo le restaba 15 % de batería… “Oh my Dior!!! Oh my Dior! Oh my Dior!”…
Rolando arrancó en dirección a la colonia Anzures. Mi hermana y mi cuñis nos seguían. De un momento a otro, Rolando aceleró como si condujera para la Fórmula 1 (es verídico) y de un momento a otro perdimos a mi hermana y a Javi. Yo, estresadísima, saqué mi teléfono celular de mi bolso.
– Pal, Palomita. ¿Qué haces? Como que te estás volviendo adicta al teléfono. Si tienes una urgencia, usa el mío. Si no, llegando al lugar al que vamos, marcas a quien le tengas que marcar – me dijo un Rolando molesto de voz imperativa.
– No, no. Ya después marco. Es que le iba a hablar a mi mamá, para felicitarla por su cumple. Como ya no acudí a su fiesta de cumple…
Me sorprendí al percatarme de mi voz temblorosa.
– Bueno, ya después la felicitas, no hay prisa – respondió el afamado fotógrafo.
– Bueno, perooo, le voy a enviar un mensaje – dije mientras retomaba mi celular y redactaba un mensaje masivo dirigido a mi cuñado, a mi hermana, a mi papá, a la esposa de mi papá, a mi novio ¡quien estaba en una gira de trabajo… Ploc!
De repente, vi que estábamos a unas calles de Paseo de la Reforma, Reforma Centro para ser exacta. Nos hallábamos en una calle pequeñita y ¡oscura! Rolando se estacionó, salió de su auto y lo rodeó hasta llegar a mi puerta. Muy caballeroso, me abrió la puerta y me dio la mano para ayudarme a salir.
Pese a que la calle estaba oscura, había movimiento. Varias parejas vestidas como si fueran a acudir a un cóctel salían de otros autos y se dirigían a una construcción de fachada de ladrillos.Unas escaleritas de piedra que dirigían a una puerta de color negro era la entrada al sitio.
Rolando me hizo señas y nos dirigimos hacía el sito. Al llegar, cruzamos la puerta, la cuál se hallaba entre abierta. Los anfitriones o hôtesseran una mujer joven y guapa, de unos treinta y cuatro años, con un ‘outfit’ supersofisticado y elegante –salvo por el enorme anillo que portaba con una piedra más grande que su dedo índice, #ploc! – y un hombre blanco, de facciones europeas, ataviado con un traje negro y corbata del mismo color, la cual combinaba perfecta con su impecable camisa blanca.
– Señores, buenas noches. El nombre de la persona que reservó, por favor – dijo el hombre trajeado sonriendo.
– Rolando Cueto- respondió mi acompañante.
– Sí, efectivamente, aquí está caballero. Por el contrario, la señorita tiene que mostrar una identificación oficial. Bueno, obligatoriamente su credencial de elector. Para participar en una fiesta swinger, la señorita debe tener más de 23 años.
– NO traigo mi credencial, Rolando dije mientras sentía como mis mejillas se teñían de color rojo, pues mi credencial de elector se hallaba guardada justo en un compartimento de mi pequeño bolso de noche. Yo rezaba para que Rolando no me pidiera que revisara el pequeño bolso.
– Ay, pero, Pal, Palomita. A ver, revisa en tu bolsa – al fin dijo desesperado. Oh, oh!, justo lo que me temía.
Abrí mi bolso y comencé a pasar los tres pequeñitos compartimentos. Afortunadamente, mis tarjetas ocultaban mi credencial de elector. ¡Uf! ¡Qué alivio!
– Señor, la señorita no puede pasar. No porta su credencial de elector y no podemos correr riesgos.
– Pero, pero… Podemos arreglarnos de alguna forma. ¿Cuánto necesitan? – Rolando estaba que se lo cargaba la enchilada.
– Lo sentimos, señor. No podemos correr riesgos. Tenemos nuestras reglas – dijo la mujer del anillo enorme.
– ¡Ashhh! Pues ya. O.K. ¡Nos vamos! – dijo Rolando mientras veía con celos a las parejas que seguían accediendo al lugar, acogidas por el hombre guapo y trajeado, quien las dirigía a la entrada en la que pude alcanzar a ver chicas con vestidos transparentes, mostrando media nalga y sirviendo copas de champagne en un jardín, para dar la bienvenida a las parejas, todas, bien vestidas. La mayoría de las mujeres, guapas. Los hombres, había de todo, he de confesar.
– Pues ya, nos vamos. ¡Hasta luego! – gritó Rolando quien me tomó del brazo como indicación de que debíamos salir del sitio. Salimos y nos dirigimos a su auto, al entrar, vi que a mi celular le quedaba ¡dos por ciento de batería!
– Bueno, no es grave, pues vamos a mi casa, Palomita, – dijo Rolando con una risita maliciosa.
Tomé mi celular y escribí un mensaje en friega dirigido a mi hermana y a mi cuñado: ’auxilio, me va a llevar a su casa, ahí los veo… Ayúdenme, please’. Justo cuando el mensaje salió, mi teléfono se apagó. Oh my Dior!
Tenía ganas de morderme las uñas sin importar que ese mismo día, había acudido a la estética para hacerme la manicura. Cuando recordé el precio que pagaba semana tras semana por lucir unas uñas impecables, me contuve. De repente, mi celular se quedó sin batería. ¡Sí! La pantalla estaba negra. Oh my Diorrr, my Diorrr!!!
Comencé a tronarme los dedos, mientras me perdía en mis pensamientos. Ni siquiera escuchaba lo que decía el fotógrafo veterano. Solo pensaba en qué diablos seguiría y cómo escaparía.
– Oye, Rolando. ¿Y si mejor me dejas en Reforma? De ahí tomo un taxi y ya me voy a mi casa. En serio. No sñe por qué tenemos que ir a tu casa – le dije.
– Paloma, Paloma. Tenemos que ir para pensar en una estrategia, para salvar a la agencia – dijo con una voz imperante. El hombre no estaba encabronado, sino lo que le seguía.
Llegamos a su casa, estacionó su auto y subimos a su apartamento. Rolando se metió a la cocina y regresó con dos caballitos de tequila. Me dio uno. Acto seguido, me pidió que pasara a conocer su recámara.
– Ven, ven, es para que conozcas mi casa.
Obviamente me negué. Rolando me hizo brindar con él en medio de la sala y de un golpe tomó su caballito. Obvio que yo no lo emulé. Le dije que necesitaba un limón.El viejito, que para ese entonces ya no tenía nada de abuelito de cuento de hadas, sino que para mí se había convertido en un “viejito de alma negra”, se ofreció a ir por el limón.
– No, no, yo voy. Ya sé dónde está la cocina. Es más, dame tu vaso, Rolando. Te sirvo otra, – dije, tratando de disimular tranquilidad.
Entré a la cocina y rápidamente vacié el contenido de mi vaso de tequila en el de Rolando. Lo hice porque la bebida se veía rara…NO sé, no me dio buena espina. Después, me serví agua en el mío. Tomé un limón del refrigerador, lo partí en dos y salí muy contenta. Le di a Rolando su vaso.
– ¡Vamos a brindar y a tomarnos de un trancazo nuestras bebidas, Rolando! Pero, fondo, fondo. El que no se tome así bien, bien rápido su drink, pierde. ¡Unaaaaaa, dossssss, Tres! ¡Rápido, rápido, rápido! – dije, antes de tomarme en friega mi caballito de agua después de morder la rebanada de limón que había tomado de la cocina.
Sin chistar, el ‘viejito de alma negra’ se tomó el vaso como si fuera Boing. #ploc… Les juro, les juro, les juro mis adorad@s cerezas estilos@s que parecía que el señor había tomado una dosis de Raid Matabichos. Sus movimientos comenzaron a alentarse. Sí. Sus movimientos eran torpes y lentos. ¡Les juro! Ahhhh!!!, pero eso no le impidió que se me acercara e intentara besarme, a lo que reaccioné como loquis.
– ¡No, no, no! Yo creo que ya estás muy, muy mal Rolando. Es más, estuviste mal desde que me llevaste a esa casa rara. ¡Tache! ¡Gran tache!
– No-te-pero-cu-pes, vas-a-es-tar con-mi-go cuan-do es-tés lis-ta. Su vos igual comenzaba a transformarse. Les juro, parecía que hubiera tomado un ansiolítico. (¡Loco! ¿Me habrá preparado algo el muy alma negra? ¡Qué poca manera de hacer las cosas! ¡Y yo… que tonta!) En serio. Rolando hablaba como en cámara lenta, como si estuviera en un sueño. Así, espacito, despacito. Como sedado.
Empujé a Rolando, quien cada vez estaba más torpe. Corrí a la salida y… Cerrado con llave. Quería llorar. Les juro. En ese momento, gracias a Dior (y obvio, gracias a Dios) sonó el timbre y el vigilante del edificio anunció a mi cuñado, Javi, y a mi hermana, Dalila.
A través del Interphone, yo grité que estábamos encerrados. Rolando me emuló. NO sé si fue para fingir o porque de verdad no mentía, pero dijo que no encontraba sus llaves y pidió al vigilante, quien tenía las llaves de la puerta de servicio, que les abriera a los chicos.
En unos minutos, la puerta se abrió y el vigilante llegó con mi hermana y mi cuñis. ¿Yo? Casi lloro. No es broma, es verídico.
El vigilante le dio las llaves a Rolando y se retiró. Acto seguido, ‘el viejito de alma negra’ nos encerró con llave. Pffff… Y guardó las llaves no supimos dónde. #mecargabaelpayaso
Cada vez estaba más lento, más torpe, pero no por eso menos enojado. ¡Enojado es poco! ¡Estaba encabronado! En primera, por su intento fallido de entrar conmigo a la fiesta swinger. En segunda, porque su pócima o brebaje disfrazado de tequila no funcionó. Fue él quien sin querer se lo bebió. #ploc #lol #lachicainteligente
Total que el doncito estaba bien enojado… Y como venganza, nos puso a acomodar sus fotos de personajes célebres en orden alfabético. Pero, antes, debíamos tomarle una foto a cada foto… ¡Nooo, bueeenooo! Javi y yo posábamos con las fotos, ‘el viejito de alma negra’ (quien apenas podía con su alma) fotografiaba la foto… Y Dalila acomodaba en fila y en el orden acordado, cada foto. Pero, Dalila, mi sister, además de acomodar las fotos, estaba muy entretenida con un cojín que Rolando tebía sobre futón de su sala. Mi sister abrazaba el cojín, le daba palmaditas, lo volvía a acomodar. Fueron como unas cuatro veces que hizo lo mismo. Después, dejó el cojín en su sitio.
Un trueno anunció que comenzaría a llover. ¡Oh no!
– ¿Oiga, señor? ¿Podemos tomar más vino? – preguntó mi cuñado con voz de dibujo animado.
Comenzó a llover. Podíamos observar la lluvia desde los grandes ventanales del apartamento de Rolando.
– Sí, hombre, sírvete lo que quieras. Todo está en la cocina. Solo que sírvanse ustedes. Yo como que no tengo fuerzas. Me siento muy raro. Mal, mal.
Javi encendió el iPod de Rolando que estaba conectado a unas pequeñas bocinas en una esquina de la sala, comenzó a poner música y a servir los tintos.
“Tienes una carita de ángel, muñeca preciosa… Pero con el rumor de tu risa, eres una diosa… En tus cabellos tienes mi cielo… Un montón de rosas… Pero con el rumor de tu risa… Eres una diosa”… Un remake de la rolita Carita de ángel, pero no cantada por Rigo Tovar, sino por María Daniela y su Sonido Lasser, sonaba en la casa del Viejito de alma negra a todo lo que daba. Ploc, ploc, ploc!!!
“Ay, no me siento bien, no me siento bien. Me siento sensacional. Como, mareado, como en las nubes. No sé dónde estoy”, decía Rolando mientars intentaba bailar. Sus movimientos eran torpes. De pronto, se quedó parado y se apoyó del respaldo de otro futón que estaba junto al enorme ventanal de su depa.
– ¡Chicos, chicos! ¡Vengan, vengan! ¡Vengan muchachos! ¡Vean la maravilla que hay allá afuera! Vengan, vengan todos, abrácense. Vean la maravilla. ¡Vean cómo llueve! ¿No es chévere? ¿NO es padre ver cómo llueve afuera y no mojarse?
¡Uno, dos!, tres truenos seguidos alumbraron nuestros rostros! La voz de María Daniela se esfumó. La electricidad se había ido en la colonia. ¿Sería a causa de la lluvia? No lo sé. Pero se fue la luz. Lo único que nos alumbraba era el celular de Javi y la poca luz de los faros de los autos que pasaban en las calles y que se filtraba por el gran ventanal (sin cortinas) del apartamento.
– Abrácense, abrácense – decía el sedado ‘viejito de alma negra’ – Sientan la amistad, el cariño, lo bello que es estar abrazados, ¡como en familia!
Mi cuñado, mi hermana Dalila y yo… Pfff… Todos como escuincles, como viles tontos siguiéndole el juego al ‘viejito de alma negra’, abrazados, en hilerita, mirando la lluvia, escuchando los truenos. Todos bien aburridos.
– ¡Qué bonito es ver la lluvia y no mojarse!, ¿verdad? – dijo Rolando con velocidad de cassette trabado.
– ¡Sí, es genial! ¡Ver llover y no mojarse! – respondió Javi.
– ¡Órale, ya váyanse, ya, ya váyanse! ¡Fuera, ya, ya vayánse! ¡Vayánse! – comenzó a gritar Rolando. Fue como si la fuerza de un hombre veinteañero o hubiera invadido. Recuperó la velocidad al hablar. Sinceramente, yo me sentí aliviada al escuchar que nos estaba corriendo.
“Bendito”, pensé.
– ¡Sí, ya nos vamos, ya nos vamos!- dije, deshaciendo la pequeña cadena humana que habíamos formado con nuestro abrazo grupal. Corrí hacía la puerta como loquis. Mi hermana y mi cuñis me emularon. Mis tacones de rockerita fashion y mi vestido negro al puro estilo Shakira, Shakira no me importaron. ¡En serio! Estaba dispuesta a sacrificar mi ‘outfit’ con tal de salir de ese lugar. No me importaba si llegaba empapada al carro de Javi, el cual en esta ocasión no estaba en el estacionamiento del edificio donde vivía Rolando, sino a dos calles. Pfff!!!
Giré la manija de la puerta y #ploc! ¡Cerrada con llave! Intenté otra vez y nada. Fue entonces cuando recordé que Rolando había cerrado la puerta con llave y que había guardado las dichosas llaves quién-sa-be-dónde.
– Rolando, Rolando ¿Nos abres tu puerta por favor?- le dije al ‘viejito de alma negra’.
– ¡Ayyyyyyyy! Ptaaaaaa maaaaa… ¿Qué hicieron? Acabo de picarme las nalgas con el cojín… ¡Ay! ¡Ya, escuincles! ¡A su casa! ¡Me piqué, me piqué! ¡Ayyyy! Y ahora las manos. ¡Ya, váyanse, váyanse!
– ¡Rolando! ¡Las llaves! ¡Please! Prestanos tus llaves por favor, para alumbrar y salir. Así ya nos vamos y dejamos de molestar – dijo el novio de mi hermana.
– ¡No sé, no sé! ¡Ya, vayánse! ¡Salgan por el cuarto de servicio! ¡Me piqué las nalgas! ¡Me piqué las nalgas! – se le escuchaba decir.
Por fin llegó la luz. Rolando no dejaba de quejarse de que se había picado las pompas con un cojín del futón.
-¿Rolando? ¿Por dónde salimos? – pregunté desesperada.
– Por aquí – dijo, mientras nos llevaba a la cocina. Cruzamos una puerta blanca (que por cierto estaba abierta) y salimos justo a las escaleras de servicio.
– ¡Ciao, ciao, Rolando! – gritó Javi, quien se colocaba su chamarra de la cual se había despojado cuando sirvió los vinos.
Salimos corre y corre. Nos encontramos al recepcionista que estaba medio dormido y le pedimos que nos abriera la puerta principal. El hombre reaccionó cómo debía y rápidamente nos abrió la puerta.
Salimos corriendo. La lluvia estaba en su apogeo. Mi celular seguía apagado. ¡Y empapado! Al igual que mis botas, mi bolso… ¡Todo mi outfit! Mi hermana y mi cuñado estaban empapados. Corríamos en dirección al auto cuando escuchamos una vocecita a lo lejos:
– ¡Javi, Javi, Javi! – era ‘el viejito de alma negra’.
Javi volteó y vio que el viejito de alma negra, también empapado como sopa, nos perseguía como desesperado.
– Javi, escondí las llaves de mi casa en una de las bolsas de tu chamarra… Rápido, rápido. ¿Me las das? ¡Me mojo, me mojo!
Mi cuñado hurgó entre su chamarra hasta hallar las llaves en una de las pequeñas bolsas.
– ¡Javi, eres mi héroe! ¡Eres el héroe, Javi! ¡Salvaste a tu cuñada, jajaja! ¡Eres el héroe, Javi! – Rolando no dejaba de gritar. Nosotros continuamos corriendo hasta que llegamos al auto de mi amigo y cuñado, quien se arrancó rapidísimo.
Empapados, pero riendo de nervios, miedo y felicidad, nos dirigimos a casa de mi papá. En el camino, mi hermana confesó que halló unas tachuelas en el piso del depa de Rolando encajadas entre los cuadros que acomodábamos en orden alafabético.
– Y las enterré en el cojín del futón del señor… Es que en serio, me cayó gordo, por abusivo – dijo mi hermana, quien se moría de vergüenza.
Al fin llegamos a casa de mi papá, quien cuando nos vio entrar empapados nos #ploc! preguntó qué nos había pasado. Su esposa, también estaba sorprendida. ¿Y qué decir de mi novio de aquel entonces? Quien nos había ido a buscar y me vio llegar empapada.
Una vez que nos duchamos y salimos como nuevas, mi hermana y yo contamos la historia a la esposa de mi papá, mientras él, mi novio de aquel entonces y mi cuñis, veían una peli en la sala. ¡Psicosis! #ploc!
Afortunadamente todo terminó con pizzas y vino, en casita. Eso sí, mis botas deshechas. L
Después de ese episodio no volví a ver a Rolando, sino hasta un mes después. Fecha en l que la agencia organizó una junta para anunciar el cierre definitivo. Ese día, yo portaba un vestido azul cielo, mismo que Rolando me chuleó mucho. Eso sí, muy educado. Es más, durante la reunión de despedida casi no abrió la boca. Muy decente, muy educado. Es más, lo que hizo fue recoger su último cheque, despedirse de todos y retirarse.
Jess, la directora creativa y dueña de la agencia se despidió de él, muy educada.
– Ay, ese señor. Así como se ve, si supieras las historias que me han contado de él. ¡Es un rabo verde, Pal! ¡Cada vez que lo enviaba a una orden de trabajo contigo o con Danah, rezaba, en serio, rezaba que no les fuera a hacer algo! ¡es quien es! Pero eso sí, muy talentoso el Rolando. – Fue el comentario que hizo Jess mientras veía al ‘viejito de alma negra’ alejarse hasta cruzar la puerta principal de la agencia y perderse.
En cuanto a mí. No comenté nada. Solo pensaba en que saliendo de la agencia iría a comprar unos botines negros de tacón de aguja fabulosos. Claro, negros, como el alma de Roland.
Y ustedes, chicas. ¿Tienen alguna confesión en la que exista un viejito verde de alma negra? ¡Cuéntenme! ¡Besos y cerezas! Muack!