Pretty Woman a la Mexicana: cuando se trabaja con la piel

Lo acepto. Soy culpable. Pese a que soy amante y practicante del periodismo rosa (moda, belleza, gastronomía, bienestar), confieso que de vez en cuando extraño la adrenalina que me provocaba realizar reportajes y entrevistas que ponían en peligro mi integridad. #ploc! #quefuerte!

No Nunca he ido detrás de un violador o de un fabricante de fraudes. No, tampoco me he inmiscuido en temas policiacos. Muchos menos he creído que mi papel de periodista me permite convertirme en juez o en Ministerio Público. No, no.

Sin embargo, puedo “presumir” que me he metido en líos y sitios inimaginables (sí, como la ocasión que busqué empleo de teibolera… y me lo dieron) para obtener una buena entrevista o una buena historia.

Precisamente esta mañana al salir de la ducha, ponerme la lencería, las medias transparentes y los tacones negros que llevo puestos, recordé un episodio de mi vida como reportera de la sección metrópoli… ¡Sí! El día que entrevisté a una prostituta VIP en un hotel de paso.

¿Por qué recordé la historia? Confieso sin empacho que fue precisamente gracias a los tacones negros que elegí esta mañana que recordé la historia de Fernanda, quien el día que la entrevisté llevaba unos zapatos de la misma marca (neoyorkina) que mis tacones de 10 cms.

La entrevista me costó varias llamadas y búsquedas en Internet y en los clasificados en los que se anuncian las señoritas guapas y de “amplio criterio”, mismas que se dedican a acompañar a algún hombre con una jugosa cartera.

Cuando conocí a Fernanda, sinceramente quedé impactada. Pues me di cuenta que su trabajo lo tomaba muy, muy en serio. ¿Y cómo no? Si le daba para pagar su universidad, su auto y ayudar a su familia.

Hoy quiero compartirles el texto, mismo que fue publicado en el diario El Centro, de Editorial Notmusa. Lo comparto en esta sección que amo, llamada Confesiones en Tacones, debido a que me considero una mujer inteligente, trabajadora, luchona, sin prejuicios, que no descansa hasta lograr lo que se propone, como Fernanda.

Sin embargo, también confieso que yo no tendría el valor ni la vocación para ejercer su profesión, la cual admiro y respeto.

Ya saben que lo mío, lo mío es el periodismo, las soft news y los zapatos… Pero mejor les presento el texto, flac@s. Y les recuerdo que todos los derechos son de Editorial Notmusa, pues fui pagada por realizar esta entrevista… Pero aquí les dejo la versión sin editar. 😉

Pretty Woman a la Mexicana: cuando se trabaja con la piel

¿Necesidad, placer, satisfacción o negocio? Esa es una incógnita que ni ella misma puede contestar. Su actitud es dócil pero retadora. El año y medio que lleva ejerciendo este trabajo la han convertido en una experta de la negociación. Su voz detrás del teléfono se escucha cálida, ya en vivo la situación y el tono cambian.

Por Paloma López

El suyo es un trabajo más que lucrativo. Muchas fuentes de empleo se fusionan en una sola. Varios peligros se deben sortear al acudir a un servicio de este tipo. El dinero no es lo único que busca, tal vez el peligro de saberse descubierta y la adrenalina que esta profesión le genera son situaciones extra que ella está dispuesta a soportar.

La femenina voz pacta la cita en uno de los sitios en los que ve a un cliente de su cartera. Pide que sea pronto para que el encuentro se pueda cumplir. Su voz es sugerente, el tono envolvente. Al escuchar de qué se trata nuestra reunión se muestra nerviosa. Después de poner sus reglas acepta. Se hace llamar Fernanda. Su descripción suena a promesa. Hora: 10:30pm. Punto de encuentro: “Villas Coloniales”, habitación 25; ubicación: Calzada Camarones. Al entrar al recinto la fantasía comienza a tomar forma.

 

No ha mentido, la persona a la que encuentro en la habitación es una copia fiel a la descripción. Es alta, mide poco más de 1.65, en realidad mide casi 1.70, debe ser el efecto de esas zapatillas ultra femeninas que lleva puestas, las cuales la estilizan aún más. Porta una falda negra entallada de satín a rayas gris plomo justo 10 centímetros arriba de la rodilla. Blusa negra traslucida. El atuendo lo completa con un saco. “Todo es talla 7 y de marca” cuenta orgullosa mientras se mira al espejo. Sabe que con esa figura no le pide nada a una estrella de televisión.

 

Como accesorios lleva tres joyas discretas de Tommy Hilfiger adquiridas en una reconocida tienda de regalos. Bolsa Louis Vuitton matriculada, “regalo de un cliente”, dice.

Exige la cantidad acordada durante la charla telefónica mientras da una explicación: “Lo siento, estás usando el tiempo destinado a un cliente”. Su mano derecha se extiende y reclama el pago: “Son 800 pesos amiga. Me estoy viendo buena onda. Ya sabes, por seguridad te tengo que revisar”. Acto seguido me registra chamarra y bolsa.

La curiosidad y la impaciencia son dos de sus características, pues sin perder ni un segundo más pregunta varias cosas. Así es como se rompe el hielo. Al escuchar hablar de un diario se ríe de manera irónica. Dice que la política le da asco, que todos los actores que se encuentran en ese escenario son una mierda. Tras reírse un poco dice que no tiene un favorito para presidente. También se burla de Andrés Manuel López Obrador, a quien ha bautizado como “la utopía a la orden”…. Pero, ¿hablar más acerca de él?, para nada, “he dicho bastante, dice desdeñosa.

En seguida pide que cambiemos de tema, pues ella prefiere sostener una charla que gire en torno de “sólidos personajes”. Así es como comienza a presumir al Premio Nobel, José Saramago; así como a un Tom Wolf siempre vestido de blanco y a Jorge Luís Borges.

 

Suspira al nombrar al “icono del EZLN”, Marcos, su amor platónico. El suspiro se intensifica cuando habla de su profesor de Creatividad Audiovisual, su amor imposible. La chica confiesa ser estudiante de la carrera de Diseño Gráfico, la cual mantiene gracias a los frutos que le deja su profesión actual, en la cual para obtener ingresos y crear una buena cartera hay que anunciarse.

 

Cabello castaño claro, caderas prominentes, estilo discreto… “1.63 metros, 55 kilogramos, medidas 92-63-94. Me gustan los hombres serios, pero a la vez intensos, que puedan ofrecerme ternura además de placer, no solo en la cama. ¿Quieres conocerme?”. Eso dice su ficha, la cual aparece publicada en los clasificados de un periódico.

El ambiente laboral de Fernanda es el del sexoservicio. Ella ejerce lo que se denomina prostitución abierta, donde ofrece su servicio a través de anuncios publicitarios en diversos medios de comunicación –cuenta con cierto descaro- principalmente en prensa o en Internet.

Por lo regular la contratación se lleva a cabo vía telefónica, otras veces por medio de la red, claro que por este último medio antes se deposita la cantidad acordada en una cuenta bancaria.

Este modo de ofrecer su labor es lo que  hace diferente a Fernanda de las mujeres que trabajan en la vía pública. “Esto no tiene que ver con la calle, indiscutiblemente. Yo, por ejemplo, al igual que mis compañeras, empezamos  de otra manera, tampoco  juzgo a las prostitutas banqueteras, al contrario, las compadezco y las respeto, aunque sí debe quedar claro que hay niveles, aparte de que nuestro ambiente es mucho más tranquilo”, enfatiza la vanidosa chica de verde y penetrante mirada.

Después de tomar el teléfono, marcar el 9 (servicio a la habitación) para pedir dos capuchinos fríos, cuenta que es hija de padres de clase media, y tiene dos hermanos, una mujer y un hombre.

Esta chica, que bien puede pasar por clon de Lyv Taylor, platica que prefiere vender placer que pedirles a sus padres que le costeen su carrera. En su universidad, según cuenta, nadie tiene idea de su trabajo, al menos eso cree. Y ese es su principal temor, que la descubran.

“Cada vez que un sujeto me llama pienso que me puede conocer, aunque por los precios que pongo, no creo que vengan estudiantes, pero imagínate, si por casualidades del destino un compañero de la escuela me descubriera sería el fin”, dice angustiada, después de contar que cobra entre mil y tres mil pesos por hora o sesión, dependiendo del cliente; si es fuera del departamento, aparte de la tarifa, el cliente debe pagar el hotel.

Si sus antenas detectan que el consumidor es más pudiente que los de costumbre, le clava el diente elevando la tarifa, -a veces multiplicándola hasta por cinco- dice riendo.

Claro que si el cliente le gusta a primera vista, ya tiene un descuento; ahora que si “la pega es buena y el cliente se la juega, la rebaja es mucho mayor”, afirma de una manera picara.

También cuenta que no se acuesta con cualquiera. Siempre cita a los “compradores” afuera de la cafetería que se encuentra frente al edificio donde labora y si éste no le agrada a primera vista, la chica de cabellera castaña clara a la altura de los codos, y piernas bien torneadas, se da el lujo de no presentarse y reírse, desde la ventana del baño, del pobre hombre.

“Antes no me podía dar ese lujo, pues cuando empecé en esto, trabajaba medio tiempo en un centro comercial, ganaba mil veces menos que ahora y laboraba más del doble de tiempo, eso de cuatro horas era una vil mentira”.

“No había como escaparse -platica- tenía horarios fijos. Me pagaban poco. Para ser estudiante estaba bien el sueldo, pero por soportar gente enferma, estaba muy mal pagado realmente. Yo quería algo más, por eso me salí de ahí y me metí en esto”.

 

Una voz interrumpe -buenas noches- el café ha llegado. La chica se dirige a recibirlos, cierra la puerta y regresa al sillón donde se encontraba sin perder jamás la pose ni esa cadencia al caminar que la caracteriza.

Bebe un trago del café –el azúcar no engorda, engordo yo- dice entre risas, antes de platicar que su sueldo mensual oscila entre 15 mil y hasta 30 mil pesos, a veces un poco más (¿qué tal?). Con esa cantidad ella puede pagar el departamento, su carrera y otras cosas. Los lujos por lo regular los pagan los clientes, otras veces ella.

 

Presume de niveles

Por supuesto que no toda la ganancia es para Fernanda, como la mayoría de estas niñas, ella trabaja para un tercero, que es el dueño del departamento que ella alquila. Este patrón paga además los anuncios y otorga cierta seguridad. Este personaje por lo regular tiene cinco o seis señoritas a su cargo. La forma de pago se basa en el porcentaje de lo ganado por parte de la trabajadora.

“Lo habitual es que sea un 50 por ciento de lo recaudado para mi jefe, y la otra mitad para mi, sin embargo algunos son negreros y solo te dan el 35 o 40 por ciento. Yo estoy en la gloria, hasta el momento no he tenido problemas y de todo tengo el 50. A veces te haces de mañas y te toca un poco más, pero eso es ya cuando vas adquiriendo experiencia en el negocio”, señala con una seriedad digna de una verdadera Ejecutiva de Cuentas bancarias.

No obstante, no todos los departamentos se manejan de esa forma: Fernanda ha trabajado en lugares en los que le cobraban 100 pesos de multa por llegar tarde y 200 pesos por faltar un día.

Agrega que “hay lugares donde no dejan que te sientes, tienes que estar parada, solo cuando llega el cliente puedes sentarte; es muy matado”.

Fernanda no puede dar a conocer sus ganancias en su familia debido a que ellos están convencidos de que ella trabaja de Ejecutiva de telemarketing en una empresa trasnacional.

“Con lo que es para mi me compro ropa, mucha ropa, además de que tengo una fijación por la corsetería sexy, independientemente de mi trabajo,  tengo vicio de eso, todo lo compro de buena marca, generalmente”, presume.

Además usa perfumes de los más caros, el favorito es Tommy Girl, pues es muy fresco “y al parecer afrodisíaco, tiene algo que a los hombres les encanta. Celulares uso dos. Uno para los negocios y otro para mi vida de estudiante”.

Generalmente, existen dos formas de entrar en este trabajo. La primera es a través de de los anuncios de los diarios en donde solicitan jovencitas para agencias de acompañantes.

“Yo empecé así, buscando en el diario, pues quería tener mis propios ingresos, ya no quería depender de mis padres, que me lo hubieran dado, pero prefiero ganar mi propio dinero a ver malas caras”, platica mientras juega con sus manos, es como si evadiera la mirada.

“No te niego que ahora me gusta el dinero, y es que el sueldo que hago estoy segura que no lo conseguiría en mi primer trabajo, ni en el segundo, al terminar mi carrera”, explica después de encender un cigarro extralargo, y continúa defendiendo su oficio argumentando que es un trabajo como cualquier otro y que lo ejerce por la gran cantidad de dinero que deja y “por gusto, ¿Por qué no?”.

 

Confiesa que lo que más le gusta es su independencia económica y la posibilidad de darse todos los gustos que quiera. Eso sí, a cambio de sexo.

 

 La descarada

A veces el sacrificio es grande, pues los horarios de su empleo suelen ser variados, hay días en los que le toca madrugar, como una ocasión en la que tuvo que atender a un cuarentón a las 8am. Una ducha fría a las seis de la mañana, una taza de café,  tomar los cuadernos, beso y bendición de papá… y al ruedo. A reunirse con fulanito.

Un buen acostón para que el cliente empiece bien el día, un rato de conversación, la despedida, un baño, y a clase de 11am -dispara mientras saca el humo del cigarro que lanza al espejo que se encuentra a su derecha- mis compañeros no tienen idea de que cuando llego a clases ya me he ganado más de tres mil pesos y que ya me he tirado a un güey.

Termina de contar su anécdota cuando su celular comienza a vibrar. Es un cliente que se ve con ella por lo menos una vez a la quincena y que específicamente la cita en este hotel, llevan tres meses entrevistándose.

Fernanda dice ella es como el paño de lágrimas o la psicóloga de este tipo de usuarios, pues aparte de sus sexoservicios ella les hace compañía y los escucha.

Como ya lo ha contado, en su “consulta” –así le llama a su oficio permanente- cobra por hora o sesión, dependiendo del cliente. La chica de cara infantil prefiere ver su oficio como el arte de solucionar problemas.

Además, a sus bien vividos 23 años no está para juicios morales. O al menos es lo que asegura, mientras se quita los zapatos y se pasea por la habitación. “Lo que me diga la gente me da igual porque aunque te de risa o te suene raro, me mato trabajando. Es cierto que gano dinero por hacer menos que miles de mujeres que se matan todo el día en una oficina, pero obviamente esto también tiene sus holocaustos.

“Estoy segura de que casi todo el mundo condena a quienes trabajamos en esto. Juzgan sin saber, nos degradan llamándonos rameras o de otra formas peores. Yo no me considero una puta, creo que esa palabra se le da a la mujer que tiene una pareja y en la oficina va y se acuesta con cualquiera o las que en la disco se van por mero gusto hasta con el mesero.

“Que quede bien claro, una cosa es ser sexoservidora y otra cosa es ser puta, esto es un trabajo, como todos y no me arrepiento de hacerlo, es un medio para obtener dinero”

 

El costo de ser una de las grandes ligas

El celular vuelve a sonar, Fernanda pide un minuto para ir  a contestar al baño, donde no puede ser escuchada. –Listo-, dice cuando está de vuelta sin el saco puesto. –Lo que pasa es que les dije a mis papás que iba a cenar con mi novio para festejar el examen profesional de su hermana-. Por su pinta, obvio que el señor debió creerle.

Tener que vivir escondiéndose es la rutina de Fer, no mucha vida social, es el costo para ella. Por el momento, es mejor ser una estudiante fantasma, aunque admite que sí ha participado en fiestas de su grupo, como las de fines de curso. “en una de estas fiestas fue donde conocí a Ariel, mi novio”, apunta con mucha ternura. Lleva dos meses con él, pero lo ve poco. Trata de que la relación no sea seria para no comprometerse mucho y tener que dar explicaciones; y aunque acepta que lo ama, trata de nublar ese asunto concentrándose en trabajar y sacar adelante su carrera de Diseño Gráfico.

Tras sacar otro cigarro y encenderlo de manera precipitada cuenta que lo triste de su trabajo no son asuntos tan superfluos como el hecho de tener poca vida social, sino que hay cosas realmente serias, como el ambiente que se  maneja en ocasiones. No es del todo bueno. “A veces es un ambiente del asco., hay mucha competencia, por ejemplo a mi me robaron dinero hace quince días”, se sincera mientras saca unos Trident de su bolso.

Tras comenzar a mascar agrega que hay lugares peores, “yo sé de una chica a la que le cortaron la cara y los brazos entre varias de sus compañeras porque estaban cansadas de que todos los clientes la elegían solo a ella. Antes de que nos adentremos en el tema, la chica con síndrome de exceso de protagonismo comienza a hablarme de sus servicios nuevamente a manera de infomercial: “Si el servicio oscila entre mil y tres mil pesos por hora o sesión”, obviamente que lo que ofrece Fernanda es un servicio exclusivo.

Varios clientes me han dicho que mis compañeras y yo somos chicas VIP, como dibujadas -comenta jactándose mientras vuelve a mirarse al espejo- claro que yo sí soy real, de carne y hueso.

Por los precios, los que hacen uso de este servicio son personas de ingresos altos. “Como ves, cobro bien. Para gastar esas cantidades en un sexo servicio, obvio que el cliente debe ser pudiente o al menos debe tener algo de dinero ahorrado”, dice de manera burlona.

Por eso se da el lujo de elegir con quien se mete, además de que más vale prevenir, pues hace un año un tipo de tan solo 28 años intentó golpearla porque ella no quiso practicarle sexo oral. “Se notaba que el hombre tenía lana, pero no me agradó. Para mi mala fortuna se dio cuenta de mi cara de desencanto. Enfurecido, trató de pegarme, gracias a Dios logré escapar.

“Hay veces que el son es otro. Por ejemplo, una vez en la fiesta masculina que ofreció un político muy importante, para la que algunas compañeras y yo fuimos contratadas, estaba nada más y nada menos que Luís Miguel,  eso si es un premio. A ese bombón no le hubiera cobrado. Sin embargo, mi compañera fue la que lo atendió”, explica un poco triste.

Hoy en día, la chica de cintura de 63 centímetros atiende en promedio a 20 clientes mensualmente. Desde políticos y futbolistas que confían en su discreción, requisito fundamental para ejercer este trabajo, comenta: “Es casi un pacto con sangre que se establece con el cliente. Si se portan bien y me porto bien, se repite. Más dinero para mi, placer para él y cero problemas. De hecho gracias a esos clientes  saqué mi carro, un Corsita”, platica orgullosa. Otras veces, personas del mundo terrenal que pueden pagar los servicios rentan a esta señorita, siempre y cuando, como ya dejo claro varias veces,  a ella no le desagraden.

Ella atiende de lunes a viernes. Los sábados y los domingos casi  nunca, pues son para atender su vida privada y a su novio. Claro que si llama un cliente frecuente, lo atiende. Él seguro que sabe el horario de Fernanda, así que si quiere su compañía fuera de éste, está obligado a pagar tiempo extra.

 

Sin dinero no hay amor, sin amor sí hay dinero

Mientras pone rubor en sus mejillas y juega con su melena plática que con sus clientes no disfruta del sexo y que la frialdad con éstos es su mejor virtud, dejando en segundo lugar su voz de hot line y su cuerpo de ensueño.

Esta característica es la que le permite seguir en esta profesión. “Yo puedo estar hablando por teléfono con alguna compañera, llega el cliente, cuelgo, voy a hacer mi trabajo, si el cliente no me gustó lo suficiente no hay charla, así que regreso, marco el teléfono y a seguir hablando como si no hubiera pasado nada. Pues en este negocio no hay amor, pero sí hay dinero”.

Vuelve a confesar entusiasmada, y como disco rayado, que el dinero es su motivación para seguir en esto y que ahorra  porque quiere alejarse algún día de este oficio, titularse e irse a Francia a estudiar cine. “El sueño es salir, yo en menos de dos años quiero dejar esto, porque a veces pienso que soy chica, que sólo tengo 23 años, y que estoy metida en esto desde hace uno y medio y ya es hora de dejarlo y continuar estudiando, lo que sigue es mi pasión, el cine, tal vez en Francia, que ya son palabra mayores”, se sincera.

Sin embargo, se contradice cuando admite que hay veces que le da lo mismo. Lo que empezó como un supuesto trabajo para pagar la escuela, ahora parece un vicio.  Está consciente de que cuando se desarrolle laboralmente dentro de su carrera será difícil que gane tan jugosas sumas como las que gana ahora con este trabajo de medio tiempo.

Por eso Fernanda trabaja duro. Se hace exámenes de SIDA periódicamente y siempre tiene relaciones sexuales con preservativo. ¿Embarazos? Jamás; ¿infecciones venéreas?: “¡Nunca! Me han llegado a ofrecer hasta cinco veces lo que cobro por tener relaciones sin preservativo, pero ni siquiera pienso en la oferta, en estos casos si me arriesgo pierdo”, dice alarmada y un tanto ofendida por la pregunta.

Así es como vive Fernanda, no se amarra a prejuicios y asume costos. Mucho dinero, pero poca vida social, poco tiempo para la familia y para Ariel, así como constantes mentiras para todos ellos.

 

El tiempo termina. Es hora de que Fernanda se quede sola. Otro compromiso de trabajo aguarda, tiene que terminar temprano. Al día siguiente hay clase de siete, Director 8 es la materia y no acostumbra llegar tarde. La curvilínea mujer espera a que llegue el fin de las desveladas.  Mientras,  así es el negocio, teniendo que aguantar todo lo que implique. Al fin y al cabo el purgatorio siempre es mejor que el infierno.

 

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