Aguas con las falsas amigas… ¡las amigas alcantarilla!

“Dicen que nada es para siempre, que los sueños cambian y que las tendencias van y vienen, pero la amistad nunca pasa de moda”. Sin duda, la frase de una de mis divas favoritas, Carrie Bradshaw es muy cierta. Y es que, ¿quién no ama tener un par de amigas con las que pueda contar para todo? Bueno, bueno, Carrie Bradshaw tenía tres. Charlotte, Samantha y Miranda.

Durante las seis temporadas de una de mis series favoritas, tanto Carrie como sus amigas nos mostraron que tenían aciertos, errores, como toooodooo ser humano. Y es que pese a los miles de pares de zapatos de diseñador y la cantidad grosera de cocteles que se bebía la protagonista, esta serie no nos muestra una mujer perfecta e ideal. A mi parecer, es un claro retrato de los típicos tópicos que definen a la mujer treintañera. Desde el campo profesional y económico, hasta el sentimental. Y por supuesto, el de la amistad. Y es que, si nos centramos en la amistad, nuestra querida Carrie tenía tres amigas ¡de infarto!

Pese a que todas tenían sus broncas y en algún capítulo todas (y hasta la misma Carrie) nos mostraron cierto egoísmo y trastadas entre ellas, debemos reconocer que lo que predominó durante las seis temporadas de esta serie fue el apoyo, la convivencia y hasta cierta hermandad.

Y estas amistades no solo existen en HBO, estoy segura de que existen en la vida real. Yo misma cuento con amigas que están para mí en todo momento. Y para las que yo estoy siempre. En las buenas, en las malas, para las bromas, para el café, para llorar, etc. Tal como Carrie.

¿Recuerdan la última temporada de la serie? Cuando la rubia parte a París para iniciar una nueva vida con su artista ruso, Petrowsky, sus amigas no la dejan sola en ningún momento, pese a la distancia. Y al saber que ella es infeliz, localizan a Mr. Big y arman un bomberazo para que éste, vaya a buscarla. Sin embargo, Carrie también apoya siempre a sus amigas. ¿Recuerdan cuando Miranda da a luz a su bebé? Es Carrie quien se ocupa de ella en el hospital y su par de zapatos nuevos de diseñador terminan mojados de líquido amniótico. #Ploc!

¿Por qué les cuento todo este rollo sobre Carrie Bradshaw, sus amigas y sus anécdotas? Porque creo que todas hemos vivido situaciones de este tipo. Insisto, hemos llorado en el hombro de alguna amiga querida y ésta ha llorado en el nuestro. Hemos compartido carcajadas, triunfos, mal de amores, angustias y alegrías con nuestras amigas. Esas que están siempre que pueden. Y cuando no, nos avisan de manera sincera que no pueden estar. El chiste es dar y recibir, que haya un balance, una interación, un aprecio. Es padrísimo cuando hay personas así en nuestras vidas, que están dispuestas a recibir, pero también a dar. A esas personas se les estima y se les considera “top”, grandes y verdaderas amigas.

Pero… ¿Qué tal cuando nos encontramos con esa amiga que resulta no ser tannn amiga y que nos agarra de alcantarilla para tirar todos sus dolores, penas y malas vibras? Sí, chic@s. ¿Les ha pasado? A mí, sí. Y agárrense porque después de tanto preámbulo y de darle tantas vueltas al tema, ahí les va la confesión del día de hoy. Les voy a contar de una experiencia que viví durante casi un año con una “amiga” a la que le vamos a llamar Cristina.

Conocí a Cristina hace un año y algunos meses en un coctel al que acudí por cuestiones de trabajo, y ella como invitada de una colega mía que trabajaba en el mundo del branding y la publicidad.

En cuanto la conocí, me aduló por mis tacones y mi forma de vestir. Una vez que pedí un old fashion tras la conferencia que hubo por parte de una empresa s transnacional, Cristina comenzó a contarme que era fan de la comida vegana, que estaba enamorada de un chico lindísimo y que… Tenía muchos problemas relacionados con los temas del amor. En ese entonces yo acababa de comenzar una relación padrísima con un tipazo (francés, para variar). Fue a la amiga en común de Cristina y mía, Letizia, a la que se le salió la historia de cómo conocí a ese galán.

Cuando escuchó sobre mi romance, Cristina estaba extasiada, emocionada. Más porque es igual de romántica y soñadora que yo (y que muchas otras mujeres, no lo dudo). Comenzamos a charlar y al final de la noche intercambiamos números.

La semana siguiente, me llamó llorando ¡a mi trabajo! (Les juro). Sí, me llamó para contarme que había tenido una gran discusión con un chico que le gustaba. Su mundo estaba patas pa’ arriba. Lloró en el teléfono durante casi 40 minutos quejándose del galán… Sí, casi 40 minutos que tuve que reponer al final de la jornada en la oficina. No me pesó, al contrario, me dio gusto que Cris me hubiese tomado aprecio en tan poco tiempo (o eso fue lo que pensé). Para cuando colgamos, Cris ya estaba más tranquila. Me dio las gracias por escucharla y colgó. Nunca me preguntó cómo estaba yo, si estaba ocupada, si tenía mucha chamba. Nunca. Eso sí, me dijo que yo me había convertido en una gran amiga para ella y que me quería mucho. (What???).

Tras colgar, pensé que tal vez su depre le había impedido pensar en otra cosa… No le di importancia al hecho de que ni siquiera me haya preguntado cómo estaba.

No volví a tener noticias de Cristina en unas dos semanas. Buenooo, solo veía en el Timeline de Facebook sus fotos: que si en un karaoke, que si su check in en el cine, que si los links que compartía en Facebook. Cuando todo iba viento en popa, no tenía necesidad de buscarme.

Pasando las dos semanas, me buscó y me dijo que si quedábamos para comer. Acepté. Nos vimos un sábado en el que se dedicó a quejarse de todo. Según ella, nada le salía bien: ni en el amor, ni en su chamba, ni en su alimentación. Para ella estábamos cerca del holocausto. Todo estaba mal… Al principio la escuché con atención, pero después de una hora me sentía agobiada, cansada, fatigada de escuchar tanta queja de la vida. Así que opté por cambiar el tema y comencé a hablar de mis clases de box.

No hubiera tocado el tema de rutinas de ejercicio, pues Cristina comenzó a hablar y a hablar y a hablar y nada la paraba. Que era mejor tomar clases de yoga, que su coach, que los tés para meditar, que el aura… De ahí pasamos nuevamente a la depresión que pasaba y… Así. De un momento a otro, sonó el teléfono de mi nueva amiga. Era su hermano, quien ya estaba estacionado frente al restaurante en el que nos encontrábamos.

“Sorry, Pal. Me tengo que ir. Es que no tengo carro y hoy voy a dormir en casa de mis papás, que viven cerca de la estación de metro St. Charles. Quedé con mi hermano de que me pasaría a buscar. Gracia por haberme escuchado. Nos vemos el lunes por Messenger porque mañana tengo que lavar mi ropa y hacer de comer”… Después de su monólogo, Cristina se fue.

A los tres días me buscó vía telefónica. Yo estaba por entrar a mi clase de box. Mi teléfono móvil sonaba y sonaba. Terminé contestando (y perdí 30 minutos de mi clase).

“Palllll, Pallll… Estoy muy triste, Pal”… Y se arrancó con su repertorio. Acabé molesta, fatigada… ¡Hasta la madre! Desde ahí decidí no volver a darle mi tiempo a esa chica, con quien lejos de compartir un buen momento o crear una bonita amistad, me dedicaba solo a tirarme su basura mental. Y es que pese a que yo trataba de decirle que agarrara la onda (sobre todo en asuntos de galanes) nunca entendía. Cristina solo tenía necesidad de arrojar sus demonios, sus quejas a quién se dejara. Y lo peor, se la pasaba hablando mal de sus amigas, a quienes yo ni siquiera conocía. Que si una estaba gorda, que si una se acostaba con el primer hombre exótico y ojiazul, que si la ex suegra de no sé quién se creía una Coca en el desierto, pero que no tenía talento y “es bien huevona”… No, bueeeenooo… Una vez que acababa de comerse a sus amigas, ex suegras y colegas, Cristina pasaba a pedirme consejos de amor… Ploc!

En serio, Cristina se la pasaba pidiendo consejos que NUNCA seguía y cayendo en conductas repetitivas. Pfff!!! Decidí cortar por lo sano. Cada que me buscaba optaba por no contestar.

Un día me fue a buscar a mi casa, pues la chica estaba muy, muy mal… Sí, otro mal de amores. La pasé a mi sala y escuché su historia. Le di un par de consejos que me pidió y hasta la invité a una cena que yo tendría con un amigo buena onda. Un chico americano que yo había conocido en el festival de Cannes y quien trataba de integrarse al estilo de vida francés. Una vez que la chica aceptó ir  con nosotros, retomó su monólogo para hablarme mal de su compañera de piso. Que si era anoréxica, que si su novio la manipulaba, que se creía mucho por tener galán latino, que se creía muy chingona, pero que todas sus metas las logró cumplir con la lana de su novio… ¡Válgame Dior!

Llegó el día de la comida, y éste amigo, de nacionalidad americana, nos preparó una comida deli. Buena charla, buena música… Todo padrísimo. Durante nuestra cena, salió a la plática que yo había recibido dos propuestas de trabajo. Comenté que me sentía halagada, pero que no podía dejar colgado a mi jefe en ese momento, pues en mi trabajo estaba aprendiendo mucho y eso me encantaba.  Todo bien hasta ahí… Seguimos con la charla, las bromas, el chico americano nos ofertó vino americano (nada mal) y degustamos un delicioso postre en su apartamentito vintage, ubicado en la colonia Narvarte.

Al terminar la reunión, mi amigo, muy amable, nos acompañó a tomar un taxi. Cuando pasó el primero, mi “amiga” me hizo que entrara y cerró la puerta. Jeje, ella se quedó con el chico en la calle mientras el taxi avanzaba conmigo adentro. No me enojé en lo más mínimo, pero confirmé que Cristina no era una mi amiga  como ella lo presumía.

Pasaron los días y un día, la chica llenita, quien posee una piel blanca y cabellera castaña y rizada, llamó a mi trabajo… Yo había salido a comprar un café a Star Bucks y fue uno de mis compañeros quien respondió mi línea. Cristina me dejó un recado y aprovechó para decirle a mi compañero de trabajo que se imaginaba lo mucho que yo haría falta en la empresa cuando renunciara si decidía tomar la oferta de trabajo que me había llegado directito de Paris… No, buenooo!!! Toinggg!!!

Ya se imaginarán, chic@s,  al regresar a la oficina, mis tres compañeros más allegados en el trabajo me preguntaba si era cierto que iba a irme en unos meses. ¿A qué hora? ¿de dónde salió tanto? Afortunadamente todo tuvo arreglo. ¡Bendito que mis colegas y mi jefe me conocen!

… Nunca le dije nada a Cristina, pero sí tomé mi distancia. Nunca más volví a hacerla participe de reuniones con mis amigos y no tomaba las llamadas.

Y es que en serio, chicos. El hecho de ser personas cool y buena ondita, no nos obliga a tolerar gente que solo nos habla para quejarse de sus problemas. Y menos, con gente que habla a las espaldas de sus “amig@s”. ¿Qué podemos esperar de alguien que critica a sus allegados?…

…Tiempo después, meofreció disculpas y acordamos que poco a poco tal vez podríamos volver a ser “amigas” como antes… (#ploc!)

Sinceramente, sinceramente, chicos, me dio confianza #asísoyyo Y es que me contó que pasó 2 meses en la India o un sitio paradisiaco (algo así) meditando y encontrándose a sí misma #enserio.

En fin, sabiendo que Cristina había sido no tan buena como amiga, acepté retomar contacto con ella. Nuestro primer reencuentro, vía telefónica, fue muy padre. Me contó de su viaje de meditación, de su familia, de su gato llamado Pancho. Me preguntó acerca de trabajo. ¡Genial, todo!

La segunda llamada… Pfff… Todo cambió. Comenzaron sus quejas, sus llantos, sus problemas con su actual pareja… Estuviera yo en hora de trabajo, o fuera de madrugada, recibía sus mensajes… Un día, no salí a una comida por esperar su llamada, pues tras decirme que estaba muy triste, me pidió que hiciéramos un Viber.

Cuando llegó la hora acordada, me canceló, pues “le surgió un desayuno en un restaurancito bio con su vecina”. Dos días, después, mientras yo estaba en una reunión del trabajo, me llamó por Viber, antes de eso ya había recibido un mensaje vía WhatsApp en el que la chica me comunicaba que estaba muy triste, pues su trabajo no le gustaba y traía broncas de amor… ¡Ay, Dior! Obvio, no respondí.

Días después, por equivocación de una amiga en común, me enteré que Cris había dicho cosas medio mala ondita durante una reunión de amigos… Justo como hacía cuando estaba conmigo y hablaba mal de sus amigas… Toinggg!!! Me sentí supertriste, y sí, muy enojada. Sin embargo, no me preocupé, pues confío que la gente que me conoce y me aprecia sabe el tipo de persona que soy. Sí, a veces explosiva y estresada, pero nunca con malas intenciones, ni con un mal corazón. Presumo que la gente puede confiar en mí, tanto profesional, como personalmente, a ojos cerrados. ¡Al diablo la falsa modestia!

Esa misma noche tuve una cena. Cris me dejó mensajes de voz llorando, en serio, llorando, pues seguía con broncas… Estaba a punto de responderle, cuando la persona con la que vivo me dijo algo muy cierto.

“Así como te das a respetar en el trabajo, con los hombres, con tus otras amigas que en realidad te quieren, date tu lugar con esta persona que no respeta horarios, ni los códigos de la amistad. Esa persona, toma a la gente como alcantarilla, para tirar su basura emocional. Si es capaz de hablar mal de sus amigas de años, ¿qué puedes esperar?”.

Hasta ese momento me cayó el 20. Comprendí bien, bien que el hecho de ser una persona buena ondita, que está dispuesta a escuchar, no me obliga a escuchar a gente que no valora a su interlocutor, que no respeta sus horarios y que no se toma la molestia de escuchar.

Confieso que le respondí a Cristina unos días después. Solo le puse que tuviera ánimo, que todos sus problemas se iban a solucionar. Y espero que así sea. Espero que pronto todo en ella esté en paz.

Ese día mismo día, tras responderle a Cris, charlé con mi mejor amiga, Daisy, quien actualmente vive en Cozumel y trabaja en un diario. Daysi me contó de su nueva vida, de su trabajo, yo le conté de mi trabajo, nos reímos recordando anécdotas de cuando trabajábamos juntas en México, nos pusimos de acuerdo en los temas para este blog, me contó de los chicos que le gustan, le conté del antro de moda de la ciudad francesa en la que vivo, me felicitó por haber terminado mi Master, la felicité por el nuevo apartamento al que se mudó, me dijo que le encantaron mis nuevos tacones de infarto que tienen los colores de la Francia y que les presumo en este post… Compartimos, interactuamos, reímos, lloramos. Nos gritamos, nos volvimos a reír… Y me di cuenta que Carrie tiene razón: “la amistad nunca pasa de moda”, nunca, cuando es real.

¿Y ustedes, chic@s? Les ha tocado tratar con “amigas” no tan migas? ¿Tienen una amiga como las de Carrie? ¡Cuéntenme! ¡Besos y cerezas!

 

 

 

 

 

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